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Testimonios sobre El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince

 

¿Dónde está Héctor Abad?

Maribel Vega

 

En diciembre pasado por casualidad cayó en mis manos el libro de Héctor Abad Faciolince, “El olvido que seremos”. Debo aclarar que no soy lectora feliz de bestsellers ni novelas de moda. En realidad, leo los libros con años de retraso, porque creo que así los digiero mejor, cuando ha pasado el boom de las reseñas de revistas y diarios, en que cada crítico busca más mostrar su sabiduría sobre el tema que contarnos por qué leer el libro. Por ejemplo, en este mismo diciembre leí también “Del amor y otros demonios” de García Márquez, que lleva unos cuantos años publicada.

Lo anterior es la introducción para comentar un libro que leí de un tirón, en día y medio de ocio, con la sensación de liviandad que confiere el espacio vacío que va de navidad a año nuevo, en que ya han pasado las carreras de las compras de regalos y aún no nos atosiga el año nuevo abrumador con todas sus tareas por hacer. Lo leí en la casa de mi hermana, mecida por el calor del atardecer de Cali y el rumor de las hojas del patio. Lo leí, confieso, sin tener conciencia clara de que el autor es el hijo del Médico Héctor Abad Gómez, padre de la Medicina Preventiva en Colombia, solo con la referencia de que escribía una columna en un semanario reconocido. Tal vez algún día leí una de sus páginas, pero nunca lo había leído como novelista. En fin, pareciera que en la casualidad de que el libro llegara a mis manos sin buscarlo concurrieran muchas circunstancias que me facilitaron su lectura.

¿Facilitarme su lectura? Debo decir en primer lugar, que es un libro fácil de leer. Demasiado fácil, para mi gusto. Encontrar vocablos nuevos, figuras literarias, giros semánticos en lo que leo me hace disfrutar más el contenido. Es como llegar al fondo a través de una bella forma. El libro de Abad Faciolince está escrito en un lenguaje cotidiano, más que coloquial. Las figuras literarias son escasas, aunque bellas. Es tan sencillo de leer que parece un cuento que te estuviera narrando el vecino. ¿Es intencional esta sencillez o el autor no quería complicarse con el lenguaje para narrar lo que indudablemente luchaba por salir de su alma? Tal vez cuando hay tanta emoción no hay necesidad de adornarla exteriormente. Es claro, como lo relata el mismo Abad Faciolince, que debió esperar años para lograr poner en palabras esta historia sin sentir que se le rompía el corazón de dolor, de rabia y de angustia. Este sentimiento, este nervio, está presente en toda la novela, y es probablemente su atractivo mayor, porque se siente fuerte y honesto, en el relato del hijo adolorido.

Para mí, que soy médico, fue sorprendente, casi doloroso, encontrar que en el libro, pese a las múltiples referencias a las calidades humanas del Doctor Abad Gómez, no se le da la dimensión que tuvo en su tiempo, y que tiene hoy en día su figura, como pionero en la investigación en Medicina Preventiva y en Salud Pública en Colombia y en Latinoamérica. Tal vez para aquellos que no tienen esta referencia previa, su figura se reduce a un médico idealista y con buenas intenciones, cuyo hijo lo ama lo suficiente para escribir un libro. Pero no. La personalidad de Héctor Abad Gómez llenó el ámbito de la Medicina en Colombia impregnándolo del sabor de lo nuestro, enseñando que no todas las soluciones venían empacadas en frascos de jarabes y tabletas, mostrándonos que el camino incluía reconocer nuestros conocimientos vernáculos y cohesionarlos con los adelantos científicos, señalando que con poquísimos recursos y mucha educación podíamos adelantar más en un año que en un siglo de investigación farmacéutica. Es tan grande su imagen que nuestra Facultad Nacional de Salud Pública lleva su nombre. Esta es la primera gran falencia que encontré en la novela.

Por otra parte… ¿Cómo el hijo de un campesino antioqueño emprendedor realiza una carrera fulgurante, que incluye estudios de especialización en el exterior, cuando para la época instruirse en países desarrollados era privilegio de unos pocos? ¿Cuál fue el detonante que hizo que en la mente del doctor Abad Gómez se gestara su pasión por lo social? ¿De dónde aprendió a relacionarse con personas de todos los matices, siendo como era, un “Doctor” de la Universidad de Antioquia? ¿Cómo se apartó de la tendencia “curativa” de la formación médica de la época para adentrarse en los caminos de herradura del trabajo con las comunidades? Creo que el novelista nos quedó debiendo esta plataforma que sin duda explicaría la personalidad, el don de gentes, la sensibilidad social y, en fin, las condiciones que lo llevaron a ser la persona que retrata en su libro.

Probablemente el clímax de la novela es el capítulo dedicado a Marta. Y esto sorprende, pues no es ella la protagonista del relato. Sin embargo, está escrito con tanto amor que es imposible no sentir también su muerte como si fuese la de una amiga cercana, casi una hermana. Pero es el punto de partida para explicar la loca carrera que emprendió su padre para luchar por sus ideas, casi como si perderla le hubiese quitado las amarras y le hiciera despreciar las precauciones mínimas indispensables en una etapa de tanta intolerancia social en nuestro país.

Luego del relato del asesinato del protagonista, la novela, coherente hasta entonces, se deshilvana en ideas sueltas, comentarios, recuerdos… ¿Era necesario escribir el pasaje de lo que se encontró en el escritorio de su padre? Si lo era, probablemente había algo que el autor necesitaba explicar o justificar. Tal vez rumores que corrieron en la época, que no autentica ni desvirtúa, dejando una sensación incómoda por no saber exactamente a qué se refiere. Tampoco es clara la intención de Héctor Abad Faciolince cuando realiza señalamientos velados, que probablemente se justifican en términos legales de no responder a imputaciones personales, pero jamás en el plano de buscar la verdad, de aclarar este crimen que afectó no solo a la familia, sino a la sociedad y al país entero al perder a un pensador sobresaliente y, más valioso aun, a alguien capaz de pasar de las ideas a los hechos, y ejecutarlos con rapidez, honestidad y seguridad, con la mano diestra del maestro que enseña, pero que también está dispuesto a aprender del alumno. ¿Puede existir una intención oportunista? ¿Por qué si, como se infiere de su lectura, las manos oscuras detrás del asesinato son las de los políticos y paramilitares, se esperó hasta este momento de diálogos para escribir un relato que lleva veinte años buscando salir a la luz? Los reflectores que enfocan en este momento a estos siniestros personajes, ¿sirvieron como gancho para proyectar el libro?, ¿O bien, frente a la realidad de un proceso de “paz” con tan protuberantes fallas, Abad Faciolince no encontró otra salida que gritar y arañar sus recuerdos para recordar uno de los más absurdos crímenes cometidos en nombre del establecimiento en Colombia?

En fin, que este libro sea la oportunidad de que el país redescubra a un gran hombre, un excelente científico y un maestro de la Medicina , y que sea la puerta a la reflexión sobre la inutilidad y la barbarie de la intolerancia.

Paz en la tumba de Héctor Abad Gómez.