Especial web:
Testimonios sobre El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince


El derecho a la ternura

Francisco Barrios

Decía François Truffaut que cuando una película sobrepasa cierto límite de reconocimiento del público, deja de ser un evento fílmico para convertirse en un evento sociológico. Hoy en día, cuando las estrategias de distribución y mercadeo de los libros no se diferencian de las que se usan para las películas, la observación de Truffaut (escritor y cineasta) encaja a la perfección con los fenómenos editoriales.

Como evento sociológico, El olvido que seremos (que ya llega a su séptima edición en tan sólo cinco meses) es un libro importante. En medio de un régimen conservador, liderado por un presidente popular que enfatiza el estereotipo del “paisa”, es sano que el libro de un escritor antioqueño, también popular, dé su versión de Medellín desde el otro extremo del espectro ideológico. Héctor Abad Gómez, el padre del autor, aparece como un ejemplo de tolerancia, pacifismo, resistencia civil y defensa de los derechos humanos. Frente a ese hombre ejemplar, la única mención que hay en el libro a Álvaro Uribe Vélez, lo retrata en nueve líneas como a un joven caballista perseverante, provinciano y soberbio. En ese sentido, y tal vez sin proponérselo, Héctor Abad Faciolince lanza un dardo más certero que las farragosa rabietas de muchos columnistas de prensa, opositores del régimen. En esta misma línea, el relato de las campañas cívicas de su padre y de su ejercicio de la docencia en la Universidad de Antioquia, no le deja al lector la menor duda de que el asesinato de Héctor Abad Gómez fue un acto de injusticia y barbarie planeado, ejecutado y endosado, desde la misma racionalidad perversa de los que aún hoy dominan a sangre y fuego el país.

Como evento literario, lo primero que habría que decir es que El olvido que seremos no se inscribe en la misma tradición de Carta al padre o de Patrimonio. El libro de Héctor Abad Faciolince más bien hace parte del género que llevara a su punto más alto Frank McCourt con sus magistrales memorias de infancia Las cenizas de Ángela; antes que “conjurar la figura del padre”, Abad Faciolince, al igual que McCourt, conjura su infancia.

Su recreación de una familia paisa dominada por mujeres es conmovedora hasta el punto de reinvindicar la ternura como no lo pudo hacer el psiquiatra quindiano Luis Carlos Restrepo (hoy aúlico del régimen y quien publicara hace diez años un libro titulado El derecho a la ternura). Entre líneas, esta crónica familiar en el barrio Laureles da buena cuenta de las tensiones sociales de Medellín en los años 60 y 70 y de ese enfrentamiento permanente entre la inteligencia (representada por Fernando González, Carlos Gaviria, Leonardo Betancur y Héctor Abad Gómez) y la intolerancia. El relato provincial se va armando con solidez por medio de una acertada combinación de imágenes de un niño, referencias históricas para el lector y observaciones del autor como adulto sobre la figura del padre. Llega a su punto más alto en los Capítulos 26 a 29 (“La muerte de Marta”); es en este episodio en el que Abad Faciolince consigue reconstruir el trayecto de la vida feliz de una de sus hermanas y su desenlace trágico, de una forma en que no logró hacerlo con la figura de su padre.

A partir del Capítulo 31, El olvido que seremos se convierte en un texto errático. A pesar de que el autor nos ha advertido desde el comienzo que “este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra”, la presencia latente –la sombra– de los autores morales del magnicidio va generando una tensión creciente que crea en el lector la expectativa de un recuento minucioso de los últimos meses en la vida de Héctor Abad Gómez y de una descripción histórica más precisa. Abad Faciolince da las claves que le permiten a cualquier lector colombiano mayor de 35 años atar los cabos sueltos alrededor de este crimen político, pero creo que a un lector de menos de treinta (o a un extranjero) no le quedaría del todo clara la relevancia de una figura pública como la de Héctor Abad Gómez y la gravedad de su asesinato. Por supuesto, la intención del autor no era la de escribir una biografía de su padre, pero la presencia de éste se anuncia desde el principio con una contundencia tal, que el lector quisiera que la llevara a término con el mismo tono de los primeros capítulos.

A mi modo de ver, el libro pierde fuerza por cuenta de una exceso de correción del autor. No es necesario que nos diga que no pretende hacer una hagiografía ni presentar a su padre como “un hombre ajeno a las debilidades de la naturaleza humana” (La debilidad del protagonista por su hijo, da buena cuenta de su naturaleza humana). Tampoco es necesario que intente “(…) explicar en parte la ira asesina de quienes lo mataron.” (La vehemencia de Héctor Abad Gómez al defender causas justas es lo que lo convierte en un héroe). Sobra también que mencione que en los cajones de la oficina de su padre encontró “sombras” cuyo contenido no revelará a nadie (Si ha hecho un retrato íntimo, nos deja en ascuas al insinuar que dejó por fuera una pieza clave en la reconstrucción de una personalidad).

El esfuerzo del autor por no caer en el melodrama, lo lleva a relatar su vida en un tono periodístico que harían bien en imitar varios cronistas de los medios impresos. Pero es evidente que este mismo esfuerzo, se convirtió en un traba a la hora de cerrar el relato de una trayectoría vital tan admirable como la de Héctor Abad Gómez.