Revista de Libros |
No. 9 Octubre 2006 |
Del Director ¿Por qué me lancé a la aventura de publicar una revista especializada sobre libros? Alguna vez Alfredo Knopf escribió en su Borzoi Quarterly , la gaceta trimestral de su editorial, “es para mí un reto intelectual permanente saber por qué la gente compra nuestros libros. Gastamos un montón de plata anunciándolos, sobre todo en el New York Times Book Review pero también en The Reporter , The Atlantic Harper's y The New Yorker , y muchos diarios y dominicales. Nunca he logrado convencerme de que alguno de estos avisos en realidad venda libros. Y algo similar me ocurre con las reseñas. Por eso agradeceré mucho si lectores de cualquier libro de nuestra editorial me envían notas donde me cuenten qué los llevó a pedir, prestar, comprar o robar el libro en cuestión. Si algún lector ha sido influenciado por un aviso, me interesaría en especial saber dónde apareció ese aviso”. ¿Por qué, si en términos generales comparto las dudas de Don Alfredo, me lancé a la aventura de publicar una revista especializada sobre libros? Sabía que por razones similares la mayoría de los editores destinan presupuestos muy bajos a publicidad, mucho más tratándose de un mercado pequeño como el colombiano. Y, conociendo las dificultades que enfrentan los colegas editores de revistas culturales para financiar sus empresas, podía apostar a que las de una revista especializada en libros serían mayores, habida cuenta de la imagen, que editores, libreros y medios de comunicación hemos contribuido a implantar, de que el nuestro es un país que no lee, y podía anticipar la respuesta de las centrales de medios y de los prospectos de anunciantes: “¿Para qué anunciar en una revista de libros en un país sin lectores?”. ¿Por qué pues me empeñé en esta empresa masoquista? No creo poder explicarlo en el breve espacio de que dispongo, pero enumeraré algunas razones. Ante todo, aunque sé que los índices de compra en Colombia son bajos, he visto que siempre que se ponen libros al alcance de la gente, se despierta su interés. Como las cajas viajeras que en los ochentas llegaban a los niños de los sectores más deprimidos y suscitaban una insólita deserción de los patios de recreo hacia la biblioteca, o las nuevas bibliotecas que en Bogotá, por ejemplo, hicieron que se duplicara la asistencia a estos espacios. Pero también las experiencias editoriales que he visto o en las que he participado, desde los grandes tirajes del Festival del Libro Colombiano que dirigió Alberto Zalamea en los años cincuentas del siglo pasado hasta los más de sesenta mil ejemplares vendidos, sobre todo en los supermercados, de una edición popular de un libro tan de elites como Ilona llega con la lluvia o las cantidades expresadas en seis cifras que en Colombia alcanzan los libros de García Márquez, con un par de ellos exigiendo ya las siete cifras y otros acercándose a ese volumen. Y más aun, dejando lo excepcional y atendiendo lo cotidiano, el constante crecimiento del número de títulos y del volumen de ejemplares que se producen en Colombia. Un número de títulos tan grande, ocho mil doscientos catorce títulos en 2004, que nos condena a ocuparnos en la revista de sólo una pequeña fracción de lo que se publica. Es apenas obvio que si se publica tanto y el crecimiento es constante en los últimos años es porque hay un público lector. Todo eso me ha convencido de que aun si es cierto que el consumo colombiano de libros es bajo, se debe más a un problema de oferta y de canales de difusión que a un problema de demanda. También tengo el convencimiento de que aunque la decisión de leer un libro no se tome por un aviso o una reseña, sí se construye con avisos, reseñas, informaciones y comentarios de amigos o de personas en cuyo criterio de lectores se confía. Una cadena de estímulos que se suele dinamizar en los ámbitos académicos o a través de los medios. Y como los medios de comunicación colombianos, en particular los escritos, dan tan poco espacio a los libros –parecen convencidos de que nadie lee, ni siquiera sus clientes habituales– faltan elementos para construir esa decisión. Esta es la razón de ser de piedepágina. Pretende abrir un lugar para reunirse a hablar de libros, de toda clase de libros, a compartir lecturas, a recomendar lo que como lectores disfrutamos o nos resultó útil. Busca ser el punto de partida de muchas conversaciones que contribuyan a difundir lo que se publica en el país y lo que nos llega de otras partes. En resumen, hemos hecho esta revista para incrementar el diálogo sobre los libros y ponerlos más ante la atención de potenciales lectores. Para, por esta vía, contribuir a incrementar la lectura de libros. Algo más de un año es muy poco tiempo para hacer un balance. Pero hay algunos síntomas de que el esfuerzo vale la pena. Puede sonar pretencioso y sin duda no es la publicación de piedepágina el único factor, pero es satisfactorio ver cómo se amplían los espacios dedicados a los libros y cómo colegas nuestros que habían dejado de publicar reseñas y comentarios de libros vuelven a incluirlos en sus publicaciones. Y no es poco haber alcanzado una circulación regular entre ocho y nueve mil ejemplares que se traduce sin duda en un mucho más numeroso y saludable número de lectores. Me atrevo a pronosticar que muy pronto se hablará de Colombia como un país de lectores, así como ya hoy se celebran sus avances nombrando a su capital como capital mundial del libro.
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