Revista de Libros |
No. 9 l Octubre 2006 |
Sobre los límites de la conciencia humanitaria Por Pablo Kalmanovitz A menudo se ha observado cómo en procesos de transición de dictadura o guerra civil a democracia hay una tensión de fondo entre pacificación y justicia. Quienes tienen en sus manos un poder armado de facto condicionarán su traspaso a la posibilidad de una vida relativamente atractiva en el futuro; de otra forma, más les vale conservar su poder y seguir como venían hasta donde se pueda. De aquí se sigue un dilema moral: los valores de paz y justicia parecen ser, hasta cierto punto, mutuamente excluyentes, de modo que las negociaciones de paz pueden verse forzadas a sacrificar una en favor de la otra. Por otro lado, una paz sin justicia y legitimidad será posiblemente frágil, de corta duración y, en todo caso, públicamente insatisfactoria. Los ensayos reunidos por Iván Orozco en este libro giran en grandes círculos en torno a este dilema fundamental, explorando sus múltiples matices y posibles soluciones. Una de las mayores virtudes de los ensayos es hacer patente la profundidad y complejidad de las decisiones al interior de las transiciones. La distancia crítica de Orozco frente a “la nueva conciencia humanitaria globalizante” se debe a la incapacidad de ésta de conceptualizar propiamente, en toda su complejidad, los conflictos civiles más o menos simétricos, en los cuales la victimización de los bandos tiende a ser pareja (u “horizontal”) y donde la mayor parte de la población ha estado de una u otra manera comprometida. Para Orozco, los juicios morales y la judicialización que corresponden a estas situaciones son distintos y más complicados que en tiempos normales, o en la dictadura y el totalitarismo. La asimilación de estas distintas situaciones implica un “olvido de la guerra” y sus dinámicas de autosostenimiento, o por lo menos su desplazamiento al margen, como si la guerra fuera una variable más entre otras a tener en cuenta. De hecho, y aquí estoy plenamente de acuerdo con Orozco, el reconocimiento adecuado de las dinámicas propias de la guerra, de las formas como puede arrastrar a hombres y mujeres a hacer cosas que en condiciones normales sería justo castigar o reprobar, debería llevarnos a modificar nuestros juicios responsabilizantes. La tesis central de Orozco, más discutible, es que el reconocimiento de la guerra debería llevarnos a optar más por la memoria y el “perdón retributivo” que por el castigo y la judicialización. Varios argumentos en el libro provocan resistencias. La figura del vengador, que para Orozco resume en buena parte la especificidad de los conflictos horizontales, es problemática: a veces la guerra es leída demasiado en clave de venganza, cuando la variedad de motivaciones exigiría mayores matices y, por otra parte, Orozco parece a veces encontrar un valor justificatorio en la venganza que pocos concederían. En esto último, la dificultad tiene que ver con algo que algunos filósofos han llamado “suerte moral”: ¿Cómo evaluar la conducta de alguien que terminó por azar en una situación que contribuye decisivamente a un resultado nefasto? ¿Cómo habría uno actuado si hubiera estado bajo amenaza constante y sin protección estatal, si parte de su familia hubiera sido victimizada? No es fácil saber cuál es la respuesta de Orozco, pero creo que aceptaría que aun en estas condiciones es posible encontrar espacio para la responsabilidad individual, para las excusas válidas e inválidas y las justificaciones buenas y malas. Renunciar a esta búsqueda implica abrirle paso a la “erosión gradual de lo que hacemos por la substracción de lo que pasa” (T. Nagel) y perder así del todo nuestra calidad de agentes. La argumentación de Orozco es rigurosa y aguda. Aun si sus conclusiones no siempre se comparten, su lectura resulta muy útil para afinar una posición propia. Temas claves como el papel de las víctimas dentro del nuevo contrato social que las transiciones inauguran, el rol del derecho, la judicialización y la política en las mismas, y la relación entre derechos humanos y política son explorados con claridad desde perspectivas diversas. Hay mucho en este libro para dar sentido a lo que se juega en Colombia en este tiempo, y mucho para alimentar el debate que debe acompañar a transiciones cuyo final quizás veamos.
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