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Revista de Libros
No. 7 Marzo 2006

 


Las trampas de Harry Potter

Cristina Puerta

Así le duela al famoso crítico literario Harold Bloom, la más reciente entrega de la serie se encuentra ya en Colombia lista a confirmar que nos va a costar mucho vivir sin aquel aprendiz de mago.

A partir de la medianoche del viernes 15 de julio, instante del lanzamiento mundial de Harry Potter and the Half-Blood Prince , muchas personas salieron de las librerías con la sensación de tener un tesoro entre las manos. Y es cierto que fueron muchas, porque en las primeras veinticuatro horas el libro vendió diez millones de ejemplares alrededor del mundo. El sexto libro de la serie de J. K. Rowling rompió todos los récords de ventas: los libreros ingleses dijeron que estaban vendiendo trece copias por segundo el sábado y que habían vendido más copias ese día de las que habían vendido del Código Da Vinci en todo un año. Nueve semanas después del lanzamiento, el libro había vendido once millones de copias, sólo en Estados Unidos. Se dice que, de toda la serie, se han vendido más de 270 millones de ejemplares.

El lanzamiento oficial tuvo lugar en el castillo de Edimburgo, desde donde J. K. Rowling leyó las primeras páginas del libro, rodeada de niños, mientras las cadenas de televisión la trasmitían por el mundo entero. Miles de fanáticos se agolparon varias horas antes frente a las puertas de las librerías en espera de la medianoche, cuando se comenzarían a vender los ejemplares. Muchos de los compradores, sin importar su edad, llegaron con disfraces de brujos, sombreros y los anteojos característicos de Potter. La librería Barnes & Noble's de Union Square en Nueva York se convirtió en un castillo de Hogwarts habitado por magos y artistas en zancos. Muchos ya habían reservado su ejemplar y recibieron una pulsera especial para que los atendieran primero. En Delhi, un librero que abrió su negocio dos años atrás, cuando iba a salir Harry Potter y la orden del fénix , la quinta entrega de la serie, comenzó a recibir a los clientes a las ocho de la mañana, un poco antes de la hora habitual. Sin embargo, esta vez ellos mismos le pidieron que lo hiciera exactamente a la misma hora del lanzamiento mundial. En las primeras tres horas vendió alrededor de setecientos ejemplares. La cantidad de gente que entraba a su librería se volvió inmanejable, por lo que decidió improvisar un kiosco afuera, con un modesto letrero. En Sydney, Australia, la madre de dos niños ansiosos opinó que ese día era mejor que Navidad. En Colombia, la Librería Nacional también se adornó de Harry Potter y abrió las puertas el sábado 16 más temprano que de costumbre, para vender los ejemplares en su idioma original. La traducción en español sólo nos llega hasta ahora.

Habrá quienes se dejen impresionar por las cifras y el desenfreno de los lectores y también quienes se rehúsan a pensar que una serie de tales dimensiones comerciales pueda tener una mínima calidad literaria o de cualquier tipo. Una semana antes del lanzamiento, por ejemplo, se volvió a publicar una carta escrita por el entonces Cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, en la que manifestaba que la serie de Harry Potter estaba llena de “sutiles seducciones que corroen al cristianismo en el alma, antes de que esta pueda crecer de manera apropiada”. Pero en lo que se refiere a la calidad literaria, Harold Bloom es uno de los más incrédulos y recalcitrantes detractores de J. K. Rowling y no ha sabido qué hacer para manifestar el infinito desagrado que le han producido sus libros. Cuando salió el primer libro, Harry Potter y la piedra filosofal , escribió que se había comprado un ejemplar en la librería de la Universidad de Yale y que había sufrido enormemente al leerlo: “La escritura era desastrosa, el libro era terrible”. Que había subrayado hasta el cansancio todas las expresiones que se repetían varias veces y que la cabeza de Rowling estaba plagada de clichés y de metáforas muertas. En un artículo de 2000 que tituló “¿Pueden estar equivocados treinta millones de compradores de libros? Sí”, escribió que se sentía como Hamlet empuñando las armas contra un mar de problemas, entendiendo quizás que sus críticas e ironías no convencían a nadie. Bloom ha escrito reiteradamente que nadie debe alegrarse por el hecho de que los niños estén devorándose los libros de Harry Potter, porque esto sólo los está preparando para convertirse en futuros lectores de Stephen King. Que mejor sería que no leyeran nada. A Bloom no se le ha pasado la rabia: cada nueva publicación de la serie ha sido acompañada por más y más artículos suyos.

Por alguna razón, Bloom se ha tomado la atribución de ser la voz de la razón y la verdad en lo que a literatura se refiere. El canon occidental , Cómo leer y por qué y Dónde se encuentra la sabiduría son títulos bastante elocuentes. No le bastó y también incursionó en la literatura infantil con su libro Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades , en el que naturalmente encuentra en su propia infancia el modelo de esa extrema inteligencia. La gran mayoría de los textos que reúne allí son un buen dolor de cabeza para cualquier estudiante de literatura. Pero Bloom dice que a los seis años leía, extasiado, a William Blake. Felicitaciones. Blake es un autor maravilloso y oscuro, que requiere criterios más desarrollados que los que se pueden tener a los seis años. Por supuesto, Bloom se pregunta: ¿Por qué algún niño leería los libros de Harry Potter si se puede leer perfectamente a Blake? Pero los niños del mundo entero parecen preferir a Harry Potter y con creces. Bloom es un crítico brillante y sus análisis de Shakespeare y Milton son, por decir lo menos, sorprendentes y fundamentales, pero de niños no tiene idea. J. K. Rowling no será Shakespeare, pero, por una parte, nadie más lo es; y, por otra, a nadie le importa que no lo sea, y a los niños menos.

Que Rowling tenga fórmulas repetitivas es la misma crítica que Bloom le hizo hace unos años a García Márquez. Todos los escritores repiten sus fórmulas; de lo que se trata es de encontrar unas buenas. A la serie se le ven claramente las fuentes y los recursos que ha tomado prestados de muchos libros. J. K. Rowling no se inventó nada nuevo, pero ha escrito de una manera insólita la historia de Potter. Cuando uno mismo, ya adulto, se devora un libro de setecientas páginas en un par de días, es inevitable preguntarse dónde está el secreto. Me atrevo a pensar que se trata de una combinación entre personajes bien construidos, el ritmo dinámico en la narración, algo del suspenso de lo policiaco y la idea de que un niño común y corriente pase a vivir de repente en un mundo mágico y secreto para los simples humanos. Pero, más allá de todo, la clave parece estar en su estructura, en la manera en que ha organizado esta historia que ya tiene 3.341 páginas y que aún no ha terminado.

Harry Potter y el príncipe mestizo es quizás donde más puede apreciarse esta estructura calculada hasta el último detalle. Sólo en este sexto libro los lectores comprendimos con horror cuál era la verdadera naturaleza de uno de los protagonistas principales. Lo que significa que cada frase, cada gesto y acto suyo ha estado cuidadosamente construido desde la primera página para llevarnos al equívoco. ¿Cómo mantuvo el engaño por más de tres mil páginas? Personalmente, considero que ese simple hecho es, de lejos, prodigioso.

Los personajes principales en este libro no son tanto Harry y sus amigos, cuyas historias personales a veces resultan insulsas comparadas con la tragedia de que Voldemort ha regresado con todo su vigor. Es cierto que en varios episodios se extrañan otros libros de la serie, sin duda mejores que este, como El prisionero de Azkabán y La orden del fénix , mucho más intensos y emocionantes. Pero Harry Potter y el príncipe mestizo parece tener otras razones de ser. La primera, sin duda, es la de concentrarse en tres personajes fundamentales en la vida de Harry: Snape, Voldemort (cuya historia fue posible conocer al fin) y, desafortunadamente, Albus Dumbledore. La segunda es la de acabar emocionalmente a los lectores con el más despiadado de los finales posibles. En este libro, J. K. Rowling fue más brutal con sus lectores que en cualquiera de los anteriores. Si la muerte de Sirius Black fue uno de los episodios más dramáticos de la serie, ahora parece una tragedia menor en comparación con lo que Rowling nos metió en la cabeza. La única manera de superar el golpe fue fastidiando a los amigos lectores de Potter con la amenaza de que recibirían la peor sorpresa de sus vidas y que mejor sería que no leyeran el libro. Pero, aún sabiendo que el final no deparaba nada bueno, ninguno dejó de leer.

El panorama que dejó Rowling al final de su sexto libro es tan enredado y oscuro que no parece suficiente que sólo venga un libro y que la serie termine. ¿Qué va a hacer ahora para resolverlo todo? ¿Cuántas páginas va a necesitar para hacerlo? ¿Cuáles son los otros horcruxes ? ¿Quién es ese nuevo personaje que parece estar del lado de Harry, pero que hasta ahora aparece? Y Harry, ¿será capaz? El efecto dramático que dejó Rowling al final de su libro es la garantía de que el próximo 7 de julio entraremos niños y adultos en tropel a las librerías para comprar la última entrega de esta historia formidable. Reconocemos la trampa de Rowling, tan empresaria como escritora, pero es una trampa en la que caemos felices.

Ilustraciones: Muyi Neira

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