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Revista de Libros
No. 6 Diciembre 2005


Fotografía de Rodrigo Orrantia
sobre imagen de Maurice Sendak

Un nido para monstruos
Entrevista con Yolanda Reyes

En la colección de literatura infantil de Alfaguara, Nidos para la lectura , está reflejada por entero la persona que la diseñó: Yolanda Reyes. Allí están expresados tanto el profundo conocimiento que tiene de la manera en que los niños se acercan a la lectura, su pasión por los libros, y su personalidad aguda, inquieta y nada predecible.

Por Alejandro Martín

¿De dónde viene la idea de los “nidos para la lectura”?
Es una vieja idea, creo que viene de cuando empecé a trabajar como “profesora rasa” de colegio y me encontré con esas típicas preguntas que solemos hacernos los maestros: ¿Por qué a los niños no les gusta leer? ¿De dónde surge el “problema de la lectura”? Después de esa experiencia escolar, hice parte del equipo que organizó la Fundación Rafael Pombo en 1986. Como coordinadora de la biblioteca, no sólo tuve que conseguir  libros sino, sobre todo, conseguir lectores. Y en esa tarea, en busca de “clientes” para la biblioteca, por los barrios cercanos a La Candelaria , empecé a pensar que quizá el “problema de la lectura” era un prejuicio adulto. Algunos compulsivos lectores de la Pombo no “sabían leer” en la acepción convencional, o bien porque habían sido expulsados de la escuela, o bien porque eran muy pequeños y no estaban alfabetizados. Jamás olvidaré a los “gamines” que iban a que les contara cuentos como La Bella Durmiente y se quedaban hechizados “leyendo” en esas historias algo del fondo de sí mismos. Eso sucedía también con los pequeños que no habían ingresado al sistema escolar. En cambio, los ya alfabetizados solían desconfiar de los libros: tal vez los asociaban con tareas. Empecé a pensar que “el problema de la lectura” podía venir de un acercamiento inadecuado, problemático, ligado a la forma como enseñamos a leer. Me parecía una paradoja: ¿Entregar el truco mágico de acceder a todos las palabras, a todos los mensajes humanos, y simultáneamente, enseñar a alejarse de los libros? A veces los adultos hacemos eso, con las mejores intenciones. Desde ahí se me volvió obsesión crear “un nido” de sentido vital que conectara las historias de los libros con las historias secretas de los seres humanos. 

¿Y cómo surgió la colección?
Hace tres años, mi editora de Alfaguara, Pilar Reyes, que me había oído tantas veces hablar de este trabajo y que había visto cómo se concretaban esas ideas en los talleres de Espantapájaros, me propuso “traducir” esas ideas a una colección. Ella también tenía sus preguntas recurrentes: ¿Cómo ubicar a la lectura, más allá del ámbito de la prescripción escolar, en el ámbito del tiempo libre, en el del placer de leer, en la familia? A Pilar le impresionaba constatar que en Colombia los libros infantiles circulaban “amarrados” a los Planes Lectores de la escuela. Sin descontar su importancia, ella también tenía la intuición de que la oferta editorial para niños debía abrirse a otros espacios. De  ese encuentro afortunado de preguntas, de intuiciones y de muchas sesiones de trabajo, surgió, no sólo el nombre, sino la propuesta de crear “Nidos para la lectura”.                 

¿Cuáles son las premisas básicas de la colección?
1. Además de enseñar a leer, es posible “enseñar a amar los libros”. Es decir, se puede transmitir el gusto por la lectura desde la primera infancia, involucrando a la familia en el proceso gozoso de comunicación, en el triángulo amoroso que se establece entre un niño, un libro y un adulto.
2. Leemos desde antes de “aprender a leer”, desde antes de tener palabras, cuando alguien nos “lee” y nos descifra. Y desde entonces atravesamos diversas etapas de lectura hasta adquirir plena autonomía.
3. En las diversas etapas son importantes el papel y la voz adulta. Por eso los libros tienen prólogos en los que les decimos a los padres el por qué de ese libro y el significado de leerlo con sus hijos.
4. En cada etapa hay libros que pueden ser definitivos: libros que fascinan y que atrapan a los niños. La colección trata de proponer un menú de buenos libros y también propone diversas formas de leer porque, desde pequeños necesitamos leer todo tipo de literatura: narrativa, imágenes y poesía. Así, poco a poco, cada lector va descubriendo sus gustos y sus inclinaciones. 

De esas premisas básicas, surgió el diseño de la colección, estructurada en tres etapas: “Yo no leo alguien me lee”, “Yo empiezo a leer con otros”, “Yo leo solo”. Se trata de “tres momentos críticos en la lectura” que he venido documentando en estos años de trabajo. No estoy hablando de etapas cronológicas, de tal edad hasta tal otra, sino de esos tres “saltos” en los que cambia nuestro paradigma de relación con lo simbólico, con el lenguaje.

Yo no leo, alguien me lee…
En la primera etapa aprendemos nada menos que a hablar; nos conectamos con el lenguaje humano y con la cultura, a través de las voces que nos “leen”, y que empiezan a descifrar nuestro llanto, a darle sentido y palabra. En ese lento proceso desde el nacimiento hasta los inicios del alfabetismo hay una relación incesante y muy estrecha con la literatura, que parte de la poesía. Las nanas, los arrullos, los cuentos corporales y todo eso que mi hija, de chiquita, llamaba “libros sin páginas”, es decir, las historias que las madres cantamos y contamos intuitivamente y de memoria, (éste compró un huevito...), son los primeros textos de lectura y están visceral y profundamente ligados al afecto. A los bebés no les importa tanto qué dicen las palabras sino cómo suenan, cómo cantan. Así los niños comienzan a leer: primero poesía, luego imágenes cercanas y poco a poco historias más complejas. De los 0 a los 3 ó 4 años son lectores compulsivos, siempre y cuando haya un adulto que les cante, que les muestre, que les lea. En esa etapa, aún sin alfabetización, está la semilla fundacional de la lectura. Cada vez me convenzo más de que un niño al que se le lee en esa etapa aprende casi todo lo que necesitará como lector: a interpretar, a descifrarse, a identificarse con uno u otro personaje, a saber que las palabras cantan, alivian y pueden llevarnos a lugares muy lejanos. Pero sobre todo aprende un secreto: que las palabras pueden nombrar lo que no está presente. Tal vez seguimos leyendo para eso: para traer con la palabra las voces de los otros que no están, como esos pequeños que piden un cuento y otro y otro más para garantizar que los padres se queden a su lado, tantas horas. 

Yo empiezo a leer con otros...
Viene ahora otro salto: el de aprender a decodificar, en esa larga etapa de la alfabetización formal, que es un largo rito de tránsito y que requiere muchas operaciones complejas de análisis y síntesis. Aprender a leer es tan difícil como aprender a nadar o a montar en bicicleta, aunque luego se nos olvide lo difícil que resultó. ¡Y eso nos sucede alrededor de los 5 ó 6 años! Hay que descomponer en pedazos aquello que en el lenguaje oral percibíamos simultáneamente. Es un proceso de ir del todo a las partes: de la oración a las palabras... y luego, descubrir que cada palabra está compuesta por fonemas. Y entender que a cada fonema le corresponde un grafema, pero no siempre, porque nuestro código no es unívoco y nuestra lengua está llena de convenciones. La alfabetización es un proceso lento, que no se da de forma natural como sí sucede con nuestro aprendizaje espontáneo de la lengua materna. Y para empeorar la situación, durante esa larga etapa, suele pedírsele al lector principiante que lea solo. “Como ya sabes leer, ya no me necesitas”, decimos los padres y maestros para ponerlos a “practicar” la lectura. ¿Qué pueden leer ellos solos, mientras están concentrados en todas esas minucias de la lengua escrita? Pues frases breves, del tipo “mi mamá me mima”, despojadas de sentido vital. Por eso, durante ese largo rito de tránsito, resulta más necesaria que nunca la compañía del adulto para seguir demostrándoles a los niños cómo la lectura se conecta con sus preguntas, con sus intereses, con su vida. Mientras el niño alcanza todas sus competencias de lectura autónoma, sigue necesitando compartir historias, poemas y libros de imágenes que le digan cosas de la vida.

Yo leo solo…
Cada persona, a su propio ritmo, va adquiriendo progresivamente las herramientas para poder acceder a la lectura autónoma y esto suele suceder después de varios años (no como se cree en la escuela, que es al final de un primer grado). En ese momento nos encontramos con un lector que no sólo decodifica sino que puede encerrarse a solas con sus libros. Ese lector independiente ya sabe qué libros prefiere y necesita. La presencia del adulto se reduce a sugerir, estimular, a mostrar caminos para que cada quien decida por dónde continuar. Es el momento en que los niños nos expulsan de sus cuartos y se enfrascan en sus libros. Por eso en la tercera etapa de la colección, los prólogos se dirigen, no a los adultos, sino a esos niños que descubren, orgullosos, que ya pueden moverse libremente como lectores expertos.     

Una vez ya saben leer, ellos pueden leer de todo. ¿Qué tipo de lecturas quieres recomendar aquí en tu colección?
Para esos lectores autónomos y exigentes que tantos estímulos tienen ahora en el mundo virtual, los libros tienen que ser contundentemente seductores. Yo pensé en historias que los hicieran temblar, como las leyendas de miedo, por ejemplo. Que los hicieran llorar, pensar o conmoverse, como los cuentos de Óscar Wilde. Que desmitificaran sus cuentos de hadas de la infancia como los irreverentes Cuentos en verso para niños perversos del explosivo dúo Roald Dahl y Quentin Blake. Que les hablaran de sus primeros amores como la novela  Juan, Julia y Jericó de Christine Nöstlinger. O que les entregaran una poesía tan sonora y tan irreverente como  El rock de la momia , cercana a su mundo de rap y rock. Porque dicen odiar la poesía pero todo el tiempo cantan y oyen música. 

Es interesesante la aparición de la poesía en los tres niveles. ¿Qué papel juega en cada uno? 
Sentir la poesía es parte de la formación de un lector, porque lo conecta nada menos que con las posibilidades connotativas de la lengua,  con sus ritmos y sus matices, con su poder para sugerir múltiples sentidos. Sin embargo, la experiencia poética se va deformando por un acercamiento frío y formal a todos esos asuntos de la métrica, la rima y las ideas principales. Es impresionante, como ya te dije, descubrir el lugar que ocupa la poesía en los primeros años. Los bebés se maravillan con la sonoridad de las palabras: tal vez porque para ellos son tan nuevas y tan poderosas. La poesía está ligada a los cuerpos que los mecen, a los caballitos en las piernas del papá, a las primeras rondas y a los juegos: casi parece natural “hablar en poesía” al comienzo de la vida. Es esa poesía vital, cercana a la música, la que quise rescatar para la colección en las tres etapas: desde la tradición oral hasta la poesía de autor. En el fondo, García Lorca, Alberti, Gabriela Mistral, rescatan esos ritmos casi arcaicos, ancestrales de la lengua materna. En el fondo también, los niños más mayores que dicen detestar la poesía, lo que detestan más bien, es la caricatura académica en que se ha convertido.  

¿No haces trampa al vender la poesía como rock para los más grandes?     
El rock de la momia y otros versos diversos  apareció como una solución mágica. Yo me acordaba de mi hijo que, cuando tenía nueve años, me prohibió poner la palabra “poemas” en el título de un libro que estaba preparando, porque, según él, nadie de su edad iba a querer comprarlo si aparecía esa palabra. Me sugirió que lo llamara “todo, menos poemas” y agregó que “honestamente, ni él ni sus amigos estaban en etapa de poemas”. ¿Cómo, entonces, ofrecerles poesía? Antonio Orlando Rodríguez, un poeta cubano parecía haber pensado en ello porque su libro es una mezcla explosiva entre las estructuras de versificación que usaban los poetas españoles del Siglo de Oro, como el zéjel, el lay o el ovillejo, y los monstruos modernos como  la Momia o Frankestein. El libro es delicioso porque puede salirte un rap al lado de un zéjel de tiempos de Cervantes y porque parece natural leer casi cantando.

¿Cuál es el papel que crees que juegan aquí las ilustraciones? ¿Cuál es la importancia de aprender a leer imágenes desde niños? ¿No crees que de alguna manera somos analfabetos visuales?
Así como la experiencia poética es crucial para el lector, leer imágenes es parte del equipaje que todos necesitamos, especialmente en estos tiempos tan visuales. Perdóname pero otra vez vuelvo a la andanada contra la deformación didáctica que sufre la imagen en la enseñanza de la lectura. Es frecuente considerar a la ilustración como un lenguaje secundario, como unos dibujitos que se limitan a reforzar lo que dicen las palabras y que se van haciendo más irrelevantes y pequeños a medida que nos hacemos competentes en lectura alfabética. Pero la ilustración en los libros para niños es un lenguaje sofisticadísimo, al que se han dedicado artistas de la talla de Maurice Sendak, David Mckee, Tomi Ungerer, Quentin Blake, Anthony Browne, Ian Falconier y tantos otros. De hecho Anthony Browne decía lo que tú dices: que los adultos somos analfabetos visuales. Es como si aprendiéramos a leer y así nos expulsaran del mundo de las imágenes. La escuela se mete muy poco con la imagen: tal vez por eso los niños siguen disfrutándola tanto. Los libros-álbum son todo un género que ha tenido mucho auge en la literatura infantil contemporánea. Un libro-álbum establece un diálogo entre palabra e imagen, como en el cine, lleno de espacios abiertos para que cada uno interprete. Y esos libros hermosísimos, con cada detalle de diseño gráfico pensado, son como museos al alcance de lectores de todas las edades. Cada vez encuentro más arquitectos, artistas, diseñadores, estudiantes universitarios y padres de familia que son fanáticos de Sendak y de tantos otros maestros de la ilustración.

Hablemos de algunos títulos fundamentales de la colección: el libro de Sendak. ¿Qué lo convierte en un clásico? ¿Cómo reaccionan los niños ante él?
Donde viven los monstruos fue publicado a comienzos de la década de los 60 y todavía uno lo abre y es como si lo viera por primera vez, o, al menos, eso me pasa a mí. No sé cuántas veces lo he leído, a niños desde un año, hasta a profesores, padres y abuelos. Y a pesar de que me lo sé de memoria, cada vez lo leo distinto, y vuelvo a asombrarme y vuelvo a descubrir algo que no había notado. Los niños lo piden una y otra vez y no se cansan de leerlo. Es uno de esos libros que habla de la posibilidad de ir al mundo de los monstruos y regresar, ilesos y aliviados, justo para la hora de la cena. Podría hablar horas enteras de ese libro: para mí es una metáfora de la experiencia literaria, de esa forma como la propia habitación puede poblarse de monstruos; de cómo podemos ir  de viaje a mundos lejanos, a  ese “tiempo otro”, para conectarnos con los monstruos y los miedos, con lo que no se dice en las visitas pero que es parte de nosotros y es tan real como lo que miramos y tocamos.

¿Cuál es la importancia de haberlo restituido a su formato?
Es una vieja deuda que se tenía con Sendak en la edición en español. Él diseñó cada detalle: la ilustración va creciendo, a medida que avanza el viaje de Max por el mundo de los monstruos, hasta que las palabras desaparecen y ya sólo queda la ilustración hablando sola, apoderándose de todo el espacio. Pero, para ajustarlo a una colección de Altea, se había cambiado el formato apaisado, lo que le quitaba potencia a la imagen al dejar unos espacios blancos arriba y abajo. Fue difícil restituirlo al formato original porque eso afectaba el diseño de toda la colección y echaba por la borda aquella idea de que los libros de una colección deber ser del mismo tamaño.

Ahora no, Bernardo. ¿Me decías que este libro fue el que te decidió a hacer la colección? ¿Por qué?
Esa también era una vieja deuda mía con McKee. El libro lo publicó Altea y yo lo descubrí en la biblioteca de la Fundación Rafael Pombo, donde se convirtió en uno de los más leídos. Luego, cuando empecé a trabajar con los pequeños de 3 años en Espantapájaros, les fascinó a los chiquitos, hasta el punto de que se lo aprendieron de memoria y se hacían los que “sabían leer”, pasando los dedos por las letras mientras repetían “ahora no, Bernardo”. Es uno de los libros más malvados que he leído porque se trata de un niño al que sus padres le dicen todo el tiempo “ahora no Bernardo” y al niño se lo come un monstruo, pero los papás ni se dan cuenta y siguen diciéndole al monstruo “ahora no, Bernardo” y el pobre monstruo, desesperado y solo, en la cama de Bernardo, trata de decir que él es un monstruo pero la mamá nunca lo mira y apaga la luz del cuarto y así termina. (Como dato curioso, es uno de los pocos libros para niños que no tiene final feliz). Pues bien, los niños de 3 años de ese taller me pidieron que se los leyera a sus papás porque lo habían elegido como su favorito. Yo lo leí en la sesión que hacía para los padres y todos protestaron. Eran padres muy devotos, de esos que se precian de dedicarle tiempo y atención a sus hijos y no entendían por qué a sus pequeños los había impactado de esa forma. Decían tener miedo de que esa “extraña historia” los traumatizara, pero en el fondo, estaban desolados y se sentían culpables, como nos sentimos los padres, a pesar de todos nuestros esfuerzos por hacer bien la tarea... Es que a ningún niño le resulta suficiente la atención de los adultos y todos les hemos dicho muchas veces “ahora no, Bernardo”. Lo que hacía el libro era decirles que sentirse relegado no es una sensación  original. Y creo que ésa es, nada menos,  la fuerza de la literatura:  atreverse a nombrar lo que no decimos por lástima, por consideración o por educación. En eso David McKee es un maestro, con ese humor perverso, tan típico de los ingleses. Además es uno de los colosos de la  ilustración. Por eso cuando Pilar Reyes me habló de hacer la colección, pensé inmediatamente en rescatar ese libro que estaba descatatalogado, tal vez por ser tan “políticamente incorrecto”. Pilar se dedicó a buscar al agente de McKee y un día me contó que habíamos recuperado los derechos. Fue la mejor noticia, aunque no sé si todos los padres piensen lo mismo...

Lo mismo sucedió con el libro de Arnold Lobel...
Sí, Saltamontes en el camino de Lobel también era otro libro en peligro de extinción. Alfaguara lo había descatalogado y, por fortuna, logramos rescatarlo a tiempo. Exceptuando a “Sapo y Sepo”, los otros libros de Arnold  Lobel, que antes publicaba Alfaguara, los habían ido editando otras editoriales y algunos llegan ahora a Colombia a precios muy costosos por ser importados de España.  Saltamontes es uno de mis favoritos porque es una especie de “ciudadano del mundo” que mira todo con ojos de viajero y con una ironía muy sutil. Los personajes de Lobel parecen cándidos y no ofenden a nadie, como exigen los cánones norteamericanos de literatura para niños. Y sin embargo, debajo de esa candidez, se oculta una mezcla de sarcasmo y poesía, de una profundidad poco frecuente. Ahora releo a  Saltamontes y pienso en muchas cosas que suceden en Colombia, y me parece que las frases y el asombro de ese personaje hablan en cifra de cosas que yo puedo sentir mientras me muevo en situaciones cotidianas....

¿En la colección se nota un espíritu subversivo? ¿Por qué recomendar estas lecturas? ¿No hacen más bien difíciles a los niños? ¿No será más bien que es tu carácter el que allí se refleja?
Es que la literatura es subversiva porque se atreve a nombrar nuestras zonas monstruosas, conflictivas, ambiguas o secretas. Por eso a los niños les gusta la literatura: no es nada personal, lo juro. O bueno, es personal porque en el fondo yo creo que escribimos y leemos para poder irnos de viaje, como Max, en un barco particular, a donde viven los monstruos. Para mirarlos fijamente a los ojos amarillos, sin pestañear una sola vez, y convertirnos por un rato, en el rey de todos los monstruos. Creo que eso no le hace daño a nadie, sino todo lo contrario. Lo que tal vez hace “difíciles” a los niños es obligarlos a callar, a no decir. Los niños lectores, por supuesto son críticos, sensibles y su humor a veces no se entiende. En el fondo, los lectores somos así: un poco subversivos, un poco bichos raros y aparentemente inofensivos...como Saltamontes.    

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