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Revista de Libros
No. 4  l  Agosto 2005


Ursúa
William Ospina
Alfaguara

Por Fernando Toledo

Podría leerse como una novela histórica o, acaso, como una exploración documental o, tal vez, como una ensayo novelado sobre la conquista española. Eso no tiene la menor relevancia: cada lector se resolverá por el atajo que más le convenga o, en su defecto, a transitar los diversos caminos que plantea. Los encasillamientos son detestables. Reducir una pieza de admirable lucidez a la categoría de novela histórica, o de narración épica, o de relato de aventuras es, cuando menos, una simplicidad. Desde hace 400 años el Ingenioso Hidalgo estableció la suficiente enjundia como para validar la diversidad de atisbos. Lo que importa, a la postre, es la calidad de un libro y la primera novela de William Ospina, matriz a su vez de una trilogía que contendrá además El país de la canela y La serpiente sin ojos , cumple a cabalidad con esa condición y propone un abanico de lecturas para instituir, a lo largo de más de 450 páginas, la connivencia que debe por fuerza producirse, entre el lector y el autor, en ese cosmos que llamamos literatura. Buena literatura, desde luego.

Desde los primeros párrafos de la narración de unos acontecimientos, documentados con pulcritud como se anota al final, Ospina aprehende al leyente con la eficacia de un ritmo fraguado por la arquitectura del relato. Emplea el ardid de esgrimir como cronista, en primera persona, con un tono coloquial no exento de un cierto barroquismo coherente con la época, a un desconocido que repasa el periplo español y neogranadino del capitán español Pedro de Ursúa, figura capital en la cimentación de una unidad territorial a pesar de su arrinconamiento histórico. Las descripciones de los derredores por donde anduvo el conquistador extienden un tapiz multicolor con tintes de leyenda que le da una textura peculiar a la narración. En esa cadencia, llena de una poesía que subraya el ámbito novelesco y que es consubstancial con la condición del autor, el lenguaje juega un papel predominante. No se trata sólo del uso acertado de unas palabras sino de la exploración de unos senderos sintácticos que, por la aparente complejidad, recuerdan la literatura francesa al producir unas frases ondulantes, con formidable ligazón, que le dan al relato un aire acariciador, lo que resulta refrescante en un panorama narrativo de cierta escasez.

La exploración de lo aparente, de lo sugerido y la hondura de lo explícito convierten a Ursúa en un juego de cajas chinas lleno de sortilegio que, como ocurre con las grandes novelas, no puede encasillarse en un género definido al aventajar unos compartimentos estancos establecidos con cierta gratuidad. El trasegar del protagonista, no muy manoseado por la historia no obstante su alcance y su relación con el entorno, admite, además, una indagación en la naturaleza humana para conferirle también al discurso la sutileza de un sondeo sobre la relación de la conquista, y de los conquistadores, con el origen turbulento y con la desarticulación de una nacionalidad. No hay duda: todos aquellos interesados en la narrativa, en el ensayo o en la historia, por fuerza, deberían sumergirse en un texto llamado a trascender.

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