Revista de Libros |
No. 4 l Agosto 2005 |
La mujer justa Por Melba Escobar “Fíjate en ese hombre. Espera, no mires ahora, gírate hacia mí, sigamos charlando”. Así comienza La mujer justa , de Sándor Márai. Una mujer conversa con una amiga en un café. Luego de la entrada de “ese hombre”, que resulta ser su ex marido, le cuenta a su amiga sobre la relación que tuvo con él. Parece algo sencillo. Casi banal. El monólogo de la mujer está cargado de trivialidades: “solía quedar aquí con mi marido a la hora del té”, “el matrimonio es el matrimonio y el divorcio es el divorcio. Esa es mi opinión”, más adelante afirma: “En todos los hombres de verdad hay un espacio reservado, como si quisieran ocultar parte de su ser y de su alma a la mujer que aman”. Poco a poco la mujer se va haciendo de carne y hueso. Su monólogo, cargado de repeticiones y modismos, tiene una cadencia muy particular. Esa cadencia, esa expresión cariñosa y a la vez distante, hacen que su discurso sea de una veracidad absoluta. Unas páginas más de lectura, y ella es más real que muchas mujeres de carne y hueso. Otras páginas más y ella resulta tan familiar… entonces pienso que se dirige a mí. No al lector, a mí. Pienso que estamos tomando el té en una elegante pastelería de Budapest. Y entonces la escucho. Pero no como si escuchara hablar a un personaje de un libro; para usar una expresión propia de Márai: “la escucho con el vientre”. Su relato es vívido, apasionado, cargado de dolor. Su esposo se ha ido; la ha dejado por otra mujer. Ella ha hecho su confesión. Y entonces comienza la segunda parte. Ahora la voz es la del ex marido. En tono confidencial, cuenta cómo dejó a su esposa para casarse con la mujer que siempre le obsesionó. Palabra a palabra, Márai esculpe a un ser humano; a un hombre que en el ocaso de su vida reflexiona sobre las leyes del cambio, la soledad, los ciclos de la vida, la memoria. Sus sueños no han pasado de ser un espejismo. No ha tenido la valentía de vivir apasionadamente. Me asomo a la complejidad de sus sentimientos, y entonces comienza la tercera parte. Ahora es Judit quien habla. La segunda esposa se pasa la noche en vela contándole a su amante la historia de este triángulo amoroso. Judit ha envejecido; medio desnuda, recostada junto a su amante en la habitación de un hotel en Roma, habla desde las entrañas. Ella sabe que la bondad es sólo cobardía, inhibición, represión. Ella sabe que todo cuanto ha robado le pertenecía desde siempre. Para comprenderlo hay que escucharla, esa es la única manera. Al final del recorrido hemos conocido a tres seres humanos y hemos visto a la justicia, siempre, cínica, sonreír desde la otra orilla. |