Revista de Libros |
No. 4 Agosto 2005 |
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Entrevista con el vampiro “Mi amigo Tongoy es realmente muy feo, pero uno se acostumbra a no verle tan horroroso gracias a su buen carácter, elegancia excéntrica en el vestir y refinada cultura. Cuando le vi por primera vez, allí en el aeropuerto de Santiago, pensé en Nosferatu rápidamente, pero me callé porque es de mala educación decirle a alguien que acabas de conocer que se parece a Drácula, pero sobre todo porque, a fin de cuentas, yo siempre he tenido cierto parecido con el actor Christopher Lee, que hacía de Drácula en el cine de los años cincuenta. Y porque, por otra parte, él no tardó casi nada en abordar el tema de su llamativa rareza física.” E. Vila-Matas, El mal de Montano La aparición “ Cuente qué tal las cejas de Vila-Matas”, me preguntó Alejandro cuando le conté que había ido a ver al escritor presentar su libro El viento ligero en Parma en La Central. “Parece un vampiro”, le escribí, “estaba parado ahí junto a la caja con una gabardina roja. Es un tipo grande, ya canoso, con la cabeza gigante. Tiene una cara extrañísima”. Claro, había algo detrás: hacía menos de tres días había terminado de leer El mal de Montano y ante la insistencia del narrador en su parecido físico con Christopher Lee no tuve de otra sino confundirlo todo cuando finalmente lo vi ahí, parado junto a la caja registradora sonriéndole a todo el mundo y saludando como si fuera el terapista de un grupo de apoyo, o un candidato presidencial. Yo vi un vampiro. Bonachón, sí, pero vampiro de todos modos. Por eso le dije eso a Mónica y luego a Alejandro, por eso terminé escribiéndolo en el blog: “Parece un vampiro... da un poco de miedo”. Al día siguiente noté que alguien había dejado un comentario a mi última entrada: “Más miedo doy ahora apareciendo por sorpresa. Y no precisamente desde la ultratumba. Cuando estéis en Blanes notaréis mi presencia. Eso seguro. En la reunión del otro día, yo conocía sólo a un diez por ciento de los conjurados. Y ahora un abrazo. Ni de oso ni del vampiro. De shandy alegre al sol. Os estoy viendo moveros en la noche.” V-M. Una dirección de correo electrónico lo acompañaba. Si era un bromista, se había tomado su tiempo. Sospeché que había sido Alejandro, le escribí preguntándole, me respondió pronto: “Yo no fui, aunque debería quizás dejar el suspense”. Propuso que le hiciéramos una entrevista por e-mail: “Debe ser divertido leer las respuestas, así sea o no. Si no es, de pronto se zafa de la entrevista, pero si se tomó la molestia de inventarse un mail de pronto sigue el juego hasta el final. Ya veremos”. Entrevista o no, un correo sería suficiente para despejar la duda. Le escribí mencionándole una hipotética apuesta: Un amigo y yo, él decía que sí era y yo que no, una hamburguesa al ganador. “¿Quién ganó? ¿Cómo decidirlo?”, le preguntaba. No tuve que esperar mucho tiempo antes de que mi buzón de correo se iluminara de nuevo: “Soy yo. En La Central estaba sentado -todavía en el lugar del crimen- firmando ejemplares cuando apareciste tú a mano derecha desde mi posición, apareciste con uno, dos, tres libros -el segundo creo que era para la universidad de Illinois, había alguno de bolsillo-, a los que puse inocentemente -sin vampirismo alguno- los correspondientes dibujos. Soy yo, que controlo todo lo que puedo. Me gustó lo que escribiste. ¿Qué más decir? Dar sorpresas me divierte, forma parte de mi estética literaria, supongo.” Vila-Matas. No quedaba duda, sí era. Sin pensar, le respondí agradeciéndole el gesto y reclamándole a nombre de Mónica por el cruel trato a Mayol al final de El viaje vertical . También le pedí de paso que nos recordara el nombre de la pastilla que mencionó para calmar los nervios antes de hablar en público. “1: La pastilla: Sumial. La entrevista, sin que yo me diera cuenta, había comenzado... ...o bueno, casi. (lea la entrevista completa en la revista impresa) Ilustraciones: Muyi Neira |