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Revista de Libros
No. 4 Agosto 2005

Cómo no hacer un diccionario
Jorge Alejandro Medellín y Diana Fajardo

Nos solicitaron un artículo sobre cómo fue elaborado El diccionario de Colombia . Los autores, de inmediato, intentamos hacer un recorrido más o menos nítido de los tres años que nos ocupó el proyecto. Empezamos por recordar la manera cómo se dio origen a todo esto cuando un día el mayor de nuestros hijos nos preguntó por qué tantos amigos, primos o compañeros se radicaban fuera del país y nosotros no. Entonces nuestra primera reacción fue ir buscar un diccionario de Colombia que nos sirviera para armar una respuesta llena de imágenes, personajes, sitios, obras y tradiciones del país, pero éste no apareció por ninguna parte. La búsqueda empezó por librerías, pasó por bibliotecas públicas y terminó con consultas puntuales a especialistas, para concluir que a nadie se le había ocurrido semejante idea, lo cual nos dejó la peculiar sensación de que podía tratarse de una idea absurda, inabordable o inacabable, pero no inútil.

Intentando armar el artículo recordamos en desorden muchas otras preguntas, dudas, momentos, conflictos, angustias, avances y logros, pero eran tantas cosas que no lográbamos encajarlas en un relato. Después de probar varias estrategias, y luego de repasar los mil tropiezos que tuvimos, encontramos más fácil comunicar nuestra experiencia describiendo precisamente aquello que no se debe hacer al elaborar el diccionario de Colombia.

1. No lo escriba con su cónyuge. Tenga presente que van a hablar del mismo tema durante un poco más de mil días, que van a desayunar, almorzar y comer diccionario; que en sus momentos de reposo, recreación o pasión conyugal puede madurarse una enconada discusión sobre una coma o un verbo; que alguno va a soñar con la letra A y a sufrir pesadillas con la letra C o la G, y el otro no podrá despertarlo ni ayudarle porque estará ocupado defendiéndose de la M, la S o la T; que terminarán irremediablemente aislados de los amigos o por los amigos, al no ser capaces de sostener conversación alguna sobre temas que no ser relacionen con el Diccionario; que los hijos van a desarrollar un rechazo visceral a cualquier tipo de alfabeto. Pero podrán vivir también una fascinante experiencia de pareja que los llenará de orgullo y satisfacción y que, al sobrevivir el matrimonio (lo cual no puede garantizarse en absoluto), estarán listos para escribir best-sellers sobre cómo soportar a su pareja trabajando con ella las 24 horas del día durante tres años.

2. No se amarre demasiado a la estructura conceptual original. Lo que realmente va a perdurar son las bases de datos: la estructura conceptual puede cambiar varias veces, o incluso debe cambiar para adquirir solidez y madurez. En nuestro caso, iniciamos con siete grandes temas: Colombianismos, Conceptos, Entidades, Especies de fauna y flora, Expresiones de la cultura nacional, Geografía física y humana, Reseñas biográficas. Luego tuvimos sucesivamente diez, doce, seis, y terminamos con cuatro. La estructura terminó develando su forma más simple: Gente, Naturaleza, Sociedad, Cultura. Y los subtemas se fueron cuadrando: Gente (Funcionarios públicos, Profesionales, Otros); Naturaleza (Especies animales, Especies vegetales, Paisajes, Áreas protegidas y áreas de interés especial); Sociedad (Estado, Comunidades tradicionales, Academia, Economía, Gremios, Medios de Comunicación, Historia, Otros); Cultura (Ámbitos, Colombianismos, Tradiciones Populares, Obras, Varios). Esto es válido, pero es relativo. Como sucede con todo esquema epistemológico, hay que encontrar el que parezca mejor y jugársela con él. Finalmente lo que importa es que sea claro y deje trabajar. Nosotros tuvimos algunas etapas de franca confusión, de lo que llamamos cortos circuitos conceptuales. No sabíamos, en algún momento, si además de las voces correspondientes a las artesanías más representativas, era necesario incluir una voz llamada artesanías , y hacer en ella un recuento histórico y geográfico de lo fundamental, y entonces entramos en pánico, porque cuando los términos de entrega pactados con la editorial nos acosaban hasta en los sueños, creímos entender que hacían falta voces como economía, política, derecho, gastronomía, cultura, música, historia, ingeniería, lo cual hacía el trabajo irrealizable, pero comprendimos, bajo el efecto mágico de varios duchazos fríos en la nuca, que ya no estábamos haciendo un diccionario sino una enciclopedia. Fue entonces cuando supimos que el nivel de desarrollo de nuestras voces debía dirigirse no a lo conceptual sino a lo protagónico: no hay, por ejemplo, una voz en la letra L para la literatura colombiana, pero hay 634 escritores, 136 poetas, 68 críticos de literatura y arte, 38 novelas, 19 poemas y libros de poesía, 5 dramas, 18 libros de antologías y estudios literarios.

3. No haga las bases de datos en Excel o similares. Escoja un programa real de bases de datos que le facilite desarrollar la voz completa dentro de él, incluyendo las fuentes y los campos que permitan organizar la información de manera definitiva con todos sus cruces y combinaciones posibles. Nosotros hicimos las bases de datos en Excel, y el desarrollo de las voces en Word, programa en el cual entregamos toda la información. Sirvió , sí, pero sufrimos todos (incluyendo a la editorial). Porque la elaboración final de los listados resultaba un caos y además porque al total de caracteres que arrojaba el conteo de nuestra primera entrega, había que agregarle varias veces su número en espacios invisibles que el programa acumula y que era necesario desaparecer.

4. No consulte las instituciones colombianas. Al empezar la construcción de la base de datos de colombianismos, fuimos a la Academia Colombiana de la Lengua, cómo no, a solicitar el listado de las palabras que han sido enviadas a España por la Comisión de Lexicografía y aprobadas por la Real Academia Española para incluir en el Diccionario de la Lengua Española. La persona encargada nos miró con cara de qué diablos me están preguntando ustedes y cuando le confirmamos los diablos nos indicó que no existía tal listado, que la Comisión de Lexicografía ha enviado palabras desde 1935 (fecha que no pudimos confirmar) y que habría que reconstruir las actas de las reuniones mensuales que desde entonces se han realizado, en fin, que más nos serviría leer cada una de las páginas del Diccionario de la Real Academia ( Drae ) para extraer de ellas las palabras que tuvieran la abreviatura Col (marca de origen correspondiente a Colombia). Y así lo hicimos durante seis meses. Un buen amigo se entusiasmó cuando lo supo, porque ya podía contar que conocía a alguien que se había leído todo el Drae . El primer tomo nos costó 2,5 dioptrías en cada ojo. Para el segundo ya contamos con una buena lupa. Y menos mal que podemos escribirlo ahora, porque semejante esfuerzo terminó por no servir para nada distinto de contárselo a nuestros nietos (cuando llegue el momento): el año pasado apareció la edición en CD-ROM del Drae publicada por Espasa y allí, con sólo hacer un clic, se obtiene la lista de todos los colombianismos. Similar experiencia tuvimos con el listado de senadores. La persona que nos atendió telefónicamente en la Secretaría del Senado debió hacer la misma cara que la de la Academia, al solicitarle el listado de todos los senadores de Colombia desde el Congreso de Angostura en 1819, o en todo caso nos dijo ¿¿¿Qué??? Y bueno, fuimos acercándonos por épocas: desde la Nueva Granada , desde la Regeneración, desde el Frente Nacional, por lo menos, para confirmar que sólo podía darnos los de la actual legislatura y que probablemente habría que leer la Gaceta del Congreso o el Diario Oficial año por año para armar un listado completo… y así lo hicimos. Pero tampoco sirvió, porque del primer total de 20.000 voces que íbamos a entregarle a la editorial, sólo quedaron 11.300, y en esa cifra sólo cabían los presidentes del Senado y algunos senadores que por otras importantes razones debían ser incluidos. Alcanzamos, sin embargo, a construir el listado completo de senadores desde 1819, desde ahora la primera opción para el regalo de bautizo de nuestro primer nieto (él o ella verán entonces qué hacer). También tenemos otras listas para regalar: todos los magistrados de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo de Estado, todos los campeones de los juegos nacionales desde su primera versión, todos los premios nacionales de periodismo, todos los premios nacionales de cultura, todos los premios nacionales de ingeniería, ...

5. No confíe en todas las fuentes. Descarte, de plano, los portales de Internet que no estén respaldados por una institución académica reconocida y seria. Acuda de preferencia a las fuentes primarias (diarios, libros, memorias, periódicos y revistas de época) y escoja los autores que más confianza le generan. Puede suceder que encuentre enormes contradicciones en relación con una sola persona a la que le aparecen tres mamás, dos sitios de nacimiento, varias fechas de nacimiento o una absurda recopilación de obras que incluyen ensayos antropológicos, textos de geometría, recetas de cocina, manuales de superación personal, antologías poéticas y hasta diccionarios (aunque no faltan los casos reales). Tenga en cuenta que muchas de las obras tipo Quién es quién cobraban para incluir un nombre, y que esa idea, si bien puede falsear la fuente, puede ser la salvación económica de los autores. (A nosotros se nos ocurrió demasiado tarde).

6. No escoja un solo modelo de definición para las voces. Así como cada tema tiene su propio criterio de selección, tiene también su propia estructura para el desarrollo de las voces. Nosotros quisimos ir un poco más allá de los límites impuestos por los diccionarios enciclopédicos a la hora de presentar un escritor, un municipio, una entidad, para incluir datos familiares y curiosos, antecedentes históricos, referencias cruzadas, comentarios de expertos, etc. El problema se presenta en particular con los colombianismos, porque son palabras que pertenecen por igual a todos y cabe la posibilidad de que existan varias acepciones en función de la región, la época, la edad o la clase social que la usa. Las fuentes más completas y serias, sin duda, son el Nuevo Diccionario de Colombianismos del Instituto Caro y Cuervo , NdCol (1993) y el Lexicón de Colombianismos de Mario Alario di Filippo (1983 para su última edición). Había que escoger cuáles de las más de 50.000 voces que entre ambos registran son las más usadas y pertinentes para el lector de hoy, en lo que constituyó el ejercicio de mayor arbitrariedad por parte de los autores. La palabra mami , por ejemplo, fue una de las más difíciles de definir. El NdCol la registra como ‘Voz cariñosa para referirse a la novia' y Alario como ‘forma tomada del inglés para designar a la madre, particularmente cuando se le llama la atención'. A nosotros nos pareció la primera incompleta y ‘loba', y por eso seguimos el modelo de Alario para terminar escribiendo: ‘m. Col . Mamá (expresión cariñosa y habitual para hablar con la madre o llamar su atención)'. Presentamos nuestras disculpas a todos los novios que, si estamos en lo cierto, han optado por confundir a su mamá con su novia, al mismo tiempo que nos preguntamos cómo les dirán a ellas después de casarse. Otra de las voces de mayor conflicto fue, quién lo creyera, la voz Colombia . Desde el principio creímos que era una voz indispensable y que era preciso concebirla a la manera de los diccionarios enciclopédicos, con los datos generales de rigor, más geografía, historia, literatura, música, turismo, folclor y otras secciones básicas. Cuando llegamos a la mitad de la primera versión de esa voz, llevábamos 35 páginas. Luego, en un esfuerzo irresponsable de síntesis, sumamos 24. Esto ni siquiera se lo comentamos a la editorial, cuando en su lugar le presentamos un anexo de cuadros que en nueve hojas registra más y mejor información de la inicialmente prevista. De esta manera, el Diccionario de Colombia es el único en su género que no tiene la voz Colombia. Para nuestra propia justificación, podemos sustentar que todo el diccionario es esa voz.

7. No explique la obra antes de presentarla. Puede suceder que le entiendan pero no le crean, o que le crean pero no le entiendan. Por esa razón optamos por hacer un ejemplo prematuro de la letra A , que nos llevó a aprender los primeros pasos de la escaneada y del diseño gráfico. Pudimos comprobar, así, que la mayor novedad de la obra era la presentación de todo un país por orden alfabético. Los amigos a quienes consultamos terminaron siempre hojeando en detalle las ilustraciones, con la emoción de reconocer múltiples referencias de nuestra compleja nacionalidad, en una especie de salpicón que permitía, desde ese ejemplo, poner en la misma página al compositor Blas Emilio Atehortúa, al ‘Tino'Asprilla y al grupo Aterciopelados, junto con las palabras asquiento, atacado, atareado y atembado, el municipio de Astrea (Cesar), el río Atabapo (limítrofe con Venezuela), la Atila Amazónica (ave de la familia tyranidae) y el departamento del Atlántico. Algo (y tal vez alguien) nos dijo que eso no era correcto, pero el resultado fue delicioso y además útil. Al fin y al cabo nuestro alfabeto no es correcto o incorrecto y ha evolucionado desde el fenicio arcaico al etrusco, al griego y al latín, del cual se derivan las lenguas romances, de manera que pudimos remontar la culpa hasta varios siglos antes de Cristo. La justificación y la lógica se hicieron visibles y contundentes.

8. No espere enriquecerse. En el asunto de las regalías y de los términos de contratación se da por descontado que, como se afirma comúnmente, con cara pierden los autores y con sello gana la editorial. Nosotros nos propusimos concentramos más en la posibilidad de que se aprobaran las siguientes tres y únicas condiciones: que el Diccionario, por ser de autor, tuviera nuestros nombres de manera visible en la portada; que la dirección conceptual de la obra estuviera siempre bajo la responsabilidad de los autores; que el Diccionario, a pesar de haber sido encargado al departamento de libros de referencia (que trabaja con el mercado de venta a plazos), estuviera también en librerías. La editorial aceptó de inmediato las tres condiciones, lo que nos llevó a pensar que nuestra estrategia estuvo equivocada. Alguien, sin embargo, nos decía que había sido de mucho mayor mérito convencer a una editorial de meterse la mano al bolsillo en varios cientos de millones de pesos, que escribir el Diccionario.

9. No pretenda incluirlo todo. Toda selección es, por definición, arbitraria e incompleta. Siempre habrá omisiones, algunas de ellas graves, y no queda más remedio que ofrecer las disculpas de rigor y corregir las próximas ediciones. Uno de los más difíciles momentos de todo el proceso de elaboración llegó cuando después de creer haberlo terminado varias veces, o de creer que nunca íbamos a terminarlo, supimos que el diccionario iba ser una obra inconclusa. Eso lo entendimos mejor al leer una carta escrita a García Márquez por Moisés Melo en la que le decía: “una pareja de buenos amigos, él director de un colegio y ella abogada constitucionalista, han empleado lo que en principio era su tiempo libre en un proyecto editorial desmesurado. Por fortuna, su ignorancia en estos temas les permitió lanzarse a hacerlo antes de ver las dificultades que los esperaban y cuando se dieron cuenta de que era imposible ya estaba hecho”. Después surgió la idea de abrir un portal de Internet a través del cual todos los lectores pudieran comunicarse con los autores para actualizar el Diccionario frente a las nuevas ediciones, con sugerencias, aportes, comentarios, correcciones, que ya han empezado a llegar y que constituye actualmente nuestra motivación más importante. Por eso será tan cierto que todo libro tiene por colaborador a su lector. A través de www.dicionariodecolombia.com han llegado desde diferentes lugares de Colombia, pero también desde España, EE.UU., Italia y México mensajes de estímulo y felicitación, varios aportes y hasta el comentario de un escéptico renegado en franca contravía con los demás: “mejor harían en escuchar al hijo y emigrar”. Un buen amigo (otro más, por fortuna nuestra) nos recomendaba imprimir todas las observaciones y comentarios que nos lleguen sobre el Diccionario: “tendrán así un compendio sobre la condición humana.”

10. No se pregunte por la tensión diccionario-enciclopedia. Los que hablan al respecto dicen que en el primero se preocupan por el uso de las palabras y en el segundo por describir las cosas. Por tratarse de un diccionario que tiene 11.300 voces entre gente, instituciones, colombianismos, gentilicios, especies animales, especies vegetales, obras de arte, novelas, poemas, edificios, mitos, leyendas, platos típicos, instrumentos, canciones, ritmos, empresas y conceptos (que se apoyan unos en el uso de las palabras, otros en la descripción de las cosas), la verdadera tensión radica en cómo hacer para que todo eso quepa en las mismas páginas sin hacerse estorbo y que finalmente cada voz represente un pedacito significativo de nuestra memoria colectiva. La cita de William Ospina, que incluimos como epígrafe en la introducción, fue desde el principio la mejor interpretación de lo que queríamos hacer: “Un país sólo vive en confianza, sólo se constituye como nación solidaria, cuando construye una memoria, un territorio y unos saberes originales. No basta con tenerlos, es necesario compartirlos”.

11. No consulte autores o instituciones muy especializadas. Su visión irá siempre en contravía de la que un diccionario general pretende rescatar. Si, por ejemplo, tiene la fortuna (o la desgracia) de presentarle los borradores a un equipo de biólogos posgraduados, no se extrañe si su obra resulta públicamente cuestionada por no registrar al Diclidurus ingens , de la familia Emballonuridae , cuyo nombre común no existe y sólo al cabo de ocho meses alguna fuente compasiva señale que se trata de los murciélagos de cola envainada. No se extrañe tampoco si el bien intencionado criterio de registrar lo que está en vía o amenaza de extinción, es también rechazado, porque las listas y los libros rojos al señalar los peligros que corre por ejemplo, un armadillo, precipitan su cacería debido a que su delicada condición incrementa el precio de venta y dinamiza el mercado de charangos, o lo vuelve una apetecida pieza de colección para ser exhibida después de disecada y sobre un terciopelo negro en las visitas.

12. No pida información personal o familiar en los restaurantes o los centros comerciales. Si coincide en ellos con algún personaje que está en el Diccionario limítese, a lo sumo, a saludarlo. Si se atreve a pedirle el nombre de los padres, el cónyuge (o los cónyuges) y los hijos, puede exponerse a un insulto público, un “a usted qué le importa”, a que se convoque al jefe de seguridad del establecimiento o a una denuncia penal por violación del derecho a la intimidad. Espere , más bien, a que la obra salga: toda la información incompleta será cordialmente enviada por los interesados. Lo mismo sucederá con empresas, entidades públicas y medios de comunicación. Antes de la publicación, sus solicitudes molestan o estorban. Después, hasta las revistas más originales, como ésta, podrán pedirle un artículo sobre “cómo escribieron el Diccionario de Colombia”.

13. No incluya entidades públicas en el Diccionario si coincide con alguno de los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez. Se verá expuesto a rehacerlas varias veces en su estructura y funciones y a que, cuando la obra sea publicada, la información esté completamente desactualizada. El Banco Cafetero, por ejemplo, puede llamarse Bancafé, Bancocafé, Bancafeto, o Mibancafé, Subancafé o Bancatinto y pasar a manos privadas, luego públicas, luego mixtas, luego públicas de nuevo y finalmente quedar exactamente como estaba en la primera versión.

14. No consulte libros sobre gentilicios colombianos. Hay varias razones: primero, porque casi no hay o están muy desactualizados. Segundo, porque en este tema la lógica lingüística (hay lógica lingüística) no aplica. Los naturales de Guática (Risaralda) no son guatiqueros, o guatiquenses, sino cebolleros: allí se realiza la fiesta de la cebolla en noviembre; el gentilicio de Armenia es cuyabro, y tetonero el de Córdoba (Bolívar). La única salida es llamar a los municipios. Nosotros alcanzamos a hacer algo más de 650 llamadas y ahora esperamos con una mezcla de paciencia, ilusión y resignación, que algún día las regalías del Diccionario cubran las cuentas telefónicas del discado directo nacional.

15. No se desgaste demasiado en relación con los procesos editoriales. Hay conflictos, desacuerdos, discusiones, dificultades, a veces insoportables, a propósito de las ilustraciones, el diseño, el tipo de letra, la redacción, etc. Puede suceder que, por ejemplo, algunos correctores de estilo opinen mucho más allá de lo permitido, que lo tilden de irresponsable y poco serio por incluir los padres, los cónyuges y los hijos en las reseñas biográficas, o de atrevido y sesgado por presentar a Alfonso Reyes Echandía con una reseña más completa que la de Carlos Pizarro. (Veinte años después parece como si el humo del Palacio de Justicia no hubiera podido todavía llegar al cielo). Lo importante, sin duda, es asegurarse de que al final la obra salga beneficiada y esa debe ser la medida para evaluar dónde empiezan los imposibles y hasta dónde se puede ceder.

16. No se preocupe por la ortografía, la puntuación o, en general, el estilo. Todo lo que se ha aprendido desde el colegio sobre la materia (o lo que usted enseña) puede ser abruptamente demolido y las normas pasar a depender no de la Real Academia Española , del Cerlalc, de Oxford, Cambridge o de alguna universidad latinoamericana, sino de “lo que habitualmente hacemos los correctores y los editores”. La solución es, entonces, hacer de mutuo acuerdo un manual de estilo específico para la obra y rogar que por igual autores y correctores lo respeten (y se respeten) y que se aplique con el mismo rigor tanto de la A a la G como de la H a la Z. Cuando eso suceda, todo lo demás será pura anécdota, Dios seguirá siendo grande y justo, y el diccionario estará listo para ir a prensa.

17. No incluya las letras de las canciones. No importa que sean sólo 60 de las 11.300 voces del diccionario. De inmediato estimulará a las agremiaciones de artistas y compositores a solicitar sumas astronómicas de derechos de autor. En ese caso, prefiera hacer otro cancionero de 500 canciones con sus letras completas. Así, no pasa nada.

18. No confíe sólo en su criterio para la selección de ilustraciones y fotografías. Bien vale la pena asesorarse de colombianos nacidos antes de 1920, y si ya no hay, por lo menos antes de 1940. Eso le evitará poner la foto del cardenal Luis Concha en la voz del atleta Jaime Aparicio o la de Dora Castellanos en la de Claudia de Colombia (o cualquier otra combinación de estos cuatro personajes). En lo relacionado con el siglo XIX, es imperativo consultar la Galería de Notabilidades Colombianas (está en la Biblioteca Luis Ángel Arango y en la letra G del Diccionario de Colombia). En ella encontrará las fotografías originales y en perfecto de estado que iban con las tarjetas de presentación de los personajes más importantes del país en todas las áreas.

19. No caiga en el centralismo. Colombia tiene muchos pisos térmicos y seis regiones naturales (incluya la insular, para que le dé seis). La información no se agota en Bogotá ni todo el mundo es abogado. Ya Bolívar le advertía a Santander en 1821, en su irritación por las propuestas de los abogados cundinamarqueses en favor de la federación: “Piensan esos caballeros que Colombia está cubierta de lanudos, arropados en las chimeneas de Bogotá, Tunja y Pamplona…”. A propósito de abogados, no consulte muchos. En el resbaloso terreno de los derechos de autor, todo es susceptible de estallar. La respuesta más común será “no se puede”. Escoja aquel criterio que le indique sólo los caminos posibles. (La mayoría prefiere curarse en salud y concentrarse en los imposibles). Y si encuentra contradicciones entre las fuentes generales y las regionales, prefiera siempre estas últimas, porque superan el chisme y se permiten sustentar con nombres y apellidos los escándalos, los equívocos genealógicos y los municipios donde, a pesar de los esfuerzos por negarlo, muchos personajes realmente nacieron.

20. No intente hacer un Diccionario de Colombia. Ya está hecho.

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