Revista de Libros |
No. 4 Agosto 2005 |
Del Director Moises Melo Bogotá, capital mundial del libro En la reciente donación de algo más de diez millones de dólares que anunció la familia Santodomingo para la construcción en Suba de la cuarta megabiblioteca que se añade a la Biblored, el sistema de bibliotecas públicas del Distrito, vale la pena llamar la atención sobre un aspecto que puede pasarse por alto precisamente porque su lógica lo hace parecer natural. Este acto de filantropía responde sin duda a la necesidad de completar un sistema y llegar con los servicios bibliotecarios a un área densamente poblada y dónde se concentran buena parte de los servicios educativos de Bogotá y con un cubrimiento a una población de todos los estratos socioeconómicos. Pero estoy convencido de que, más que en las carencias, la motivación reside en el éxito que ha tenido el sistema cuando ha logrado que la población de la ciudad y sobre todo, aunque no exclusivamente, la infantil y juvenil, se haya convertido en usuaria de estos servicios con una intensidad y frecuencia que se destaca en el mundo. Un círculo virtuoso que hace que los logros alimenten nuevos desarrollos. No sólo esta donación y las que vendrán y que son necesarias para mantener al día y en buenas condiciones unas colecciones tan intensamente usadas, sino también la declaratoria de Bogotá como capital mundial del libro para el año 2007, triunfando sobre candidaturas como las de Viena, Dublín, Granada y Rosario, precisamente por programas como éste de la Biblored y el de Libro al viento y por eventos como la Feria del libro. Esta capitalidad atraerá las miradas de la gente del libro y de la cultura de todo el mundo y contribuirá a ampliar, profundizar y dinamizar este círculo del libro en la ciudad y hará que se aceleren los desarrollos que en sana emulación se vienen gestando e implementando en el resto del país entre los que vale la pena destacar, con el riesgo de dejar por fuera otros de igual valor, el plan de bibliotecas de Medellín que construirá también cuatro grandes centros para cubrir la geografía de la ciudad y atender los sectores más desprotegidos, la ampliación en Cali de la biblioteca departamental, también con una participación de la empresa privada, en este caso Carvajal, y el desarrollo de un ambicioso sistema de bibliotecas públicas en el Meta que cubre todo el departamento. Esto de que el éxito atrae el éxito es algo que sabemos bien en el mundo editorial y que entre otras cosas explica las olas temáticas que agitan sus aguas de manera permanente. Pese a ello ha sido muy frecuente, por razones muy comprensibles dado el atraso relativo de nuestro mercado editorial, que los gremios del libro hayan hecho más énfasis en sus estrategias de comunicación en los muchos problemas que en los notables logros del sector. Así se han conseguido resultados importantes como la ley del libro. Pero lo que hoy más la justifica es un logro del que no son concientes ni las autoridades ni el público: el haber logrado que en el mercado nacional el libro hecho en Colombia tenga un precio promedio que es cerca de la mitad del libro importado y bastante menor que el de libros similares en los principales países productores del mundo. Esa estrategia de comunicación ha resultado débil para combatir prejuicios como el de que los libros son muy caros y en cambio ha contribuido a establecer con firmeza la idea de que los colombianos no leen, una idea que no la matiza siquiera el hecho, ya reconocido en el país y en el exterior, de que sus bibliotecas sean las más visitadas del mundo. Propongo pues a mis colegas editores y libreros que no dejemos escapar la oportunidad que crean todas estas afortunadas circunstancias para destacar los avances que el país registra en el desarrollo de la lectura y en la producción y circulación del libro. No resulta lógico en absoluto que invoquemos con nostalgia tiempos idos en que nos creíamos una nación culta porque existía una pequeña élite muy visible por la enorme diferencia entre su acceso a los libros y la absoluta ignorancia de la mayoría de la población. Hoy se ha reducido el analfabetismo hasta el punto de que se puede pensar que no existirá en las próximas generaciones, la población con estudios superiores ya no se cuenta en decenas de miles sino en millones y sectores cada vez mayores tienen acceso al libro, el más democrático de los productos culturales y uno de los pocos que se puede disfrutar de forma gratuita. Y aunque la compra consuetudinaria de libros sigue siendo el privilegio de un sector, éste ya no es esa diminuto grupo de gente culta y lo que preocupa a nuestros nostálgicos es precisamente que esas masas elijan sus lecturas de acuerdo con sus propias preocupaciones, necesidades y gustos, sin seguir las sabias orientaciones de los que se ven como los únicos herederos legítimos de aquella élite.
|