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Revista de Libros
No. 3  l  Abril 2005


EL SINDROME DE ULISES
Santiago Gamboa
(464 p, Seix Barral, $39.000)

Por Álvaro Castillo Granada

La idea original era hacerle una entrevista, Santiago. Se la propuse a Alejandro para el número 3 de la revista piedepágina, pues me es más fácil hablar con alguien sobre su obra que escribir sobre ella. No siempre puedo organizar y articular las ideas que tengo sobre un texto en otro texto: es como si las palabras se resistieran a ser palabras. Me es más cómodo, por el contrario, conversar. Es algo que considero tan natural como comer o bañarse. Además, al hablar con el otro, en este caso usted, Santiago Gamboa, siempre hay nuevas luces que iluminan territorios velados o contrastes y matices que modifican lo que teníamos por cierto. En suma: quería hacerle una entrevista y lo que sucedió fue que nos pusimos a conversar como se debe hacer: sin orden ni plan establecido, de cualquier cosa, de la vaina. Hacer señales, como dice usted. Aquí no hay preguntas ni respuestas. Está solamente lo que ahora pienso después de nuestra charla.

No es muy frecuente encontrarse hoy en día con novelas que quieran conversar con el lector, interesarse en él, invitarlo a quedarse. Muchas veces las estructuras, las arquitecturas, alejan a quien se quiere adentrar en ellas, haciendo de la lectura un acto tedioso y aburrido. No quiero, por supuesto, decir con esto que no hay que levantar armazones que encierren mundos construidos con el lenguaje. Para nada. Lo que si es raro es que su novela se proponga deliberadamente hacerle fácil y clara la ruta al lector. Al estilo de los viejos contadores de historias, no quiere que el lector se pierda en la aparente maraña de historias y situaciones. Como diría Arminda: “Y entonces aquí está el desayuno…”. Ese primer elemento, la necesidad de comunicarse con el lector, es un hecho que me hace sentir que me estoy enfrentando a una novela suya distinta, nueva. Si lo que estamos contando es la historia de unos seres desesperados y tristes, solitarios y abandonados, que se encuentran y comparten lo poco que son y tienen, su pasado y su presente, lo menos que podemos pretender como espectadores es ser parte de ellos. El Síndrome de Ulises , su quinta novela (qué lejos están aquellos tiempos de Páginas de vuelta , cuando éramos más jóvenes y nos encontrábamos con que podíamos hablar horas y horas de libros y autores como si se tratara de partidos de fútbol o mujeres desnudas, esos días en los que compartíamos el entusiasmo de los que leen y releen y cuentan) es, afortunadamente, un paso adelante, un paso nuevo en su carrera, una apuesta al 5 y 6: todo o nada. Ganar o Perder. Lo más fácil habría sido empezar a repetirse: reencauchar una fórmula, una habilidad clara y evidente para hacer conversar a los personajes, crear una atmósfera donde sea fácil reconocerse y contar el mismo cuento distinto. Afortunadamente no lo hizo. Prefirió lo más difícil, lo más importante: reinventarse y arrojarse al pozo de los tiburones (ahora que lo pienso en este texto van a estar muchas de las palabras e imágenes que encontramos a lo largo de nuestra conversación de toda la tarde, de la entrevista que afortunadamente no fue).

Creo que uno de los grandes defectos de algunos, no todos por suerte, de nuestros escritores contemporáneos es la falta de ambición. Si se trata  de ser Escritores hay que arriesgarse a escribir la Obra. Es mucho más fácil quedarse dando vueltas en el patio o mirándose el ombligo . La verdadera aventura es pretender escribir una obra que salga de las entrañas, de la necesidad imperiosa de contar algo y hacerlo como nadie jamás lo ha hecho, como sólo una persona puede hacerlo. En este caso se trata de las cosas que debieron suceder pero que se colaron por las rendijas de la memoria hacia esos agujeros negros donde los hechos se pierden, puestos en viejos cuadernos que caen por detrás del mueble y se hunden en el polvo, como sucede en algunos juzgados, y de repente, años después, algo los trae de vuelta y uno ve lo que ocurrió, y esas imágenes recién recuperadas nos dejan en estado de parálisis, ¿cuándo pasó? No se sabe si ocurrieron o si fue que una noche, con el cuerpo caliente, las soñamos .

Tarea bastante difícil la de hacer oír las voces de una cantidad de personajes que, viniendo de todos los lugares del mundo en busca de la supuesta “luz” que París puede dar, se encuentran envueltos en la misma miseria que los puede ahogar y destruir a todos. Personajes que descubren que salir a la calle es una aventura, después, que salir en sí es una aventura, hasta descubrir que simplemente vivir es una aventura. Un destino donde lo único que puede salvarlos es la solidaridad y el compañerismo, saber que son distintos y que, por más que lo intenten y lo finjan, nunca dejarán de ser extraños, extranjeros. Como dijo alguna vez Karen Blixen (o Isak Dinesen como es más conocida): “la nostalgia es preguntarnos si está lloviendo donde ya no estamos”. Sus personajes son seres que se encuentran en los límites de la supervivencia y se agarran, se aferran, a lo único que tal vez los hace sentir humanos: el sexo. Sólo gracias a este encuentro pueden creer por un momento que todo puede ser distinto: somos iguales que los demás.

Son personajes para los que parece que nunca escampa, siempre está lloviendo, siempre está haciendo frío. Lo básico, lo elemental, a eso se reduce la vida: tener un lugar donde vivir y buscar un trabajo. El estilo indirecto libre (así me explicó hoy usted que se llamaba) le permite condensar y atrapar el tiempo. La vida es una sucesión de momentos, la novela, su novela, es una sucesión de historias. El aprendizaje del personaje principal, ese que sólo una vez es nombrado, está atravesado por el dolor y la confusión y la remota certeza de que al final lo que se logrará hacer es lo que se vino a hacer: escribir. Y escribir se hace escribiendo. No contando o viviendo del cuento. Me asombra, Santiago, que logre crear personajes fuertes que acompañan al lector y no lo dejan abandonar ni olvidar la obra: atrapan, seducen y hacen que uno quiera saber todo de sus destinos. Al mejor estilo de Anatoli Ribakov, el autor de Los hijos del Arbat y El terror , nos encontramos frente a las sagas de aquellos que no son nadie y a quienes sólo la voz, la palabra de un escritor, puede salvarlos de la indiferencia y el olvido, rescatarlos de la suciedad de un restaurante coreano o la miseria de un edifico en construcción. Pues al fin y al cabo eso es una novela, un esfuerzo sostenido por narrar una historia o el conjunto de impresiones que nos sugiere una historia, y hacerlo de un modo persuasivo, de un modo correcto . En su novela crea voces que arman las historias. Cada personaje habla distinto, es diferente, gracias a un arduo y duro trabajo con el lenguaje. Lograr hacer hablar a los personajes es uno de los grandes méritos de esta novela que es, como usted me dijo, un guiño, un apretón de manos, una palmada en el hombro a Roberto Bolaño, Jorge Volpi o Juan Villoro. De eso se trata en el fondo, Santiago, recordamos, seguimos siendo, estamos allá, nos esperan . El síndrome de Ulises es la novela de un autor que cada día se convence más de que es un escritor.

Apuesta grande: a muerte. Afortunadamente, y no sabe cómo me alegra, usted está lográndolo: me convenció. Sé que mi compromiso era hacerle una entrevista. No lo hice, no la hicimos. Estuvimos conversando toda la tarde como dos viejos amigos que se encuentran por fin después de mucho tiempo, muchas aventuras y desventuras, diferencias y complejidades, para darse la mano y esperar que el uno cuente y el otro también y vuelva a contar y siga contando sin buscar el final. Ahí está todo: no hay final. Las historias son infinitas, la aventura es convertirlas en entrañables.


Fotografía: Rodrigo Orrantia

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