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Revista de Libros |
No. 3 Abril 2005 |
El rostro de Rosario Tijeras Jorge Franco iba a ser cineasta pero en el camino se encontró con la literatura. Al escribir la novela que lo hizo famoso, nunca tuvo clara la figura de su protagonista. Ahora, en la película de Emilio Mallé, se sorprendió al encontrarla. Me hice escritor mientras estudiaba cine, en Londres, adonde había ido para realizar un sueño infantil que, por alguna razón que desconozco, permaneció en mí: contar historias. Quería dar el salto de receptor a contador de historias y creía que el cine era una buena manera de hacerlo. Todavía no pensaba en la escritura sino en imágenes y sonidos, como un hombre primitivo. Pensaba en el cine y en la fascinación que este arte me había producido desde niño. Sin embargo, desde antes de comenzar mis estudios, me vi en la obligación de escribir las ideas que yo pretendía filmar. Era un requisito en la escuela, siempre lo fue para los argumentos, las sinopsis, la construcción de personajes, y, finalmente, para todos los guiones. Y entendí que dependiendo de cómo se escribiera la idea sería la aceptación y la acogida que ésta iba a tener. Por suerte, tenía en mi trayectoria la de ser un buen lector, tal vez el único requisito indispensable para ser escritor. Allá, en Londres, surgieron, entonces, mis primeros escritos, esas ideas que por una u otra razón no pude volverlas cine, pero que quise conservar en el papel y que me animé a seguirlas trabajando como cuentos. Casi todas terminaron en la caneca, pero sobrevivió en la sangre el bicho que me hizo escritor. Años después, luego de pasar por algunos talleres y de haber escrito muchas páginas, “sin esperanza y sin desesperar”, como diría Isak Dinesen, pero obstinado en seguir fiel a mi sueño de contar historias, sin esperarlo llegó la novela que cambió mi vida y que fue creciendo como si tuviera vida propia, Rosario Tijeras , una novela que escribí sin mayores expectativas, sólo por el placer de escribir y de contar una historia que me cautivaba. La novela se publicó a pesar de que los editores de Plaza y Janés ni siquiera la leyeron, tan poco creyeron en ella que me tocó meterme la mano al bolsillo para que ellos editaran los primeros 1000 ejemplares. Admito que me sorprendí, al igual que los editores, cuando esos 1000 ejemplares se agotaron a los tres días. Y desde entonces, la historia de Rosario Tijeras se convirtió en una cascada de sorpresas que aún no termina. En algún momento de esa cadena la novela llegó a España y la reseñaron en el suplemento literario Babelia, de El País. El temible crítico literario Ignacio Echevarría la dejó bien librada y el comentario logró interesar al director de cine Emilio Maillé, que vivía en París, y que luego de leer la crítica, buscó el libro y cuando lo terminó comenzó a buscarme. Emilio se había dedicado exclusivamente al cine documental y en Rosario Tijeras encontró la historia para dar el salto al cine argumental. Pero por más que me buscaba, Emilio todavía no podía encontrarme. Cosas de la vida. |