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PARECE QUE VA A LLOVER
Ricardo Silva Romero
(324 p, Seix Barral Biblioteca Breve, $34.000)
Por Marta Kovacsics M.
Juana Villegas es una joven mujer bogotana. Pronto se va a casar con su novio, de quien, además, espera un hijo. Ella no quiere traer al mundo ese hijo: es lo único que sabe, en un instante, a las 7 de la mañana de un 11 de Febrero cualquiera. Ya tiene la cita donde el médico que le hará el aborto (“No te preocupes, mamor, todo saldrá bien”). De ahí en adelante, y durante 12 horas magistralmente narradas, Juana recorre, no sólo las calles del norte de Bogotá, sino también su vida. Una vida sin mayores sobresaltos, pero de alguna manera fracasada. O no, tal vez no se trate de un fracaso sino de una cadena de acontecimientos, o, mejor dicho, de no-acontecimientos. Porque todo lo que le pasa es precisamente igual al día en el que ella se encuentra: está a punto de llover, pero no llueve.
Le vienen muchas cosas a la mente: su infancia insulsa, pero en el fondo divertida; su madre, un ama de casa que ya está muerta, y a quien recuerda con ese inmenso cariño que uno siente cuando ya la persona no está; su padre, el típico profesor universitario pensionado que no logra resolver nada frente a sí mismo, y que se ha apegado totalmente a ella; y su hermano menor, de unos 15 años, que asiste o no al colegio según su capricho. Juana siente que es ella la que se tiene que preocupar por su familia y esto la ahoga, porque además está sin trabajo, lo que le facilita un poco más su decisión de esa mañana. O, más bien, su indecisión.
A través del tiempo, que es minuciosamente recordado en cada momento y por el que corren esas doce horas de desesperación –la primera cita con el médico fracasa porque el obstetra no alcanza a llegar– Juana nos introduce lentamente en su vida, en sus amistades –que son, en el fondo, seres ausentes– y en sus amores, entre los que hay que destacar a Rodrigo, su amor inconcluso y por lo tanto idealizado. En este día, a Juana le parece que buscar a Rodrigo, ahora un hombre casado, es la única salvación.
Nada se resuelve en ese mundo. Pero los personajes que lo recorren no se dan cuenta del todo: Bernardo, el novio, quien está a punto de ganarse una licitación con una empresa, cree que todo le está saliendo bien; Clara, la madre de Bernardo, piensa que su niño es un genio incomprendido; Nicolás, el socio de Bernardo, que en cada segunda palabra de una frase incluye una en inglés, da por hechos sus triunfos; Óscar, el mensajero que, con todos sus ires, venires y penurias, resulta siendo el punto de contacto con la realidad, está seguro de que sus problemas van a acabarse muy pronto; en fin, cada uno de estos personajes, que aparecen y reaparecen en esta novela, y que son el fiel reflejo de la sociedad colombiana porque se resisten a vivir en un mundo en el que sus vidas no remedian nada.
Ricardo Silva Romero nos muestra, en esta tercera entrega, su sensibilidad absoluta ante el diario acontecer de este mundo contemporáneo, en el que las personas parecerían simplemente deslizarse, pero nunca comprometerse. Sin embargo, Silva es consciente de que ya no nos podemos hacer los de la vista gorda: que con cada acto o no-acto nos sobrecoge la sensación de la imposibilidad detrás de la que se esconde lo que tanto nos afana reconocer: la culpa. Es un libro que vale la pena leer porque, gracias a ese genial manejo de la narración, uno lo lee al ritmo del tiempo escrito; porque nos muestra un cuadro que es más una radiografía de esta sociedad bogotana; porque conocemos a cada uno de los personajes; y porque en nuestras vidas también ha habido Bernardos, Rodrigos, Jimenas y Carmencitas.
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