Revista de Libros |
No. 2 Marzo 2005 |
LAS AVENTURAS DEL VALEROSO SOLDADO SCHWEJK Por Hugo Chaparro Valderrama ¡Bienvenidos a la Primera Guerra Mundial según Jaroslav Hasek! El escritor checo que a principios del siglo XX escribió Las aventuras del valeroso soldado Schwejk , una larga y desconcertante novela donde la estupidez, por contraste, se burla de la pretendida inteligencia militar que vulnera, maltrata y brutaliza a sus víctimas. Escrita con un tono semejante al gigantismo espectacular y circense de François Rabelais, al que Hasek recuerda eventualmente como un viejo y divertido amigo, en Las aventuras… hay una especie de idiota desmesurado llamado Baloun, que no puede contener su absurda glotonería, tanto así que de tanto comer morcillas de hígado se hincha hasta parecerse a una vaca repleta de tréboles. Y qué decir del mismo soldado Schwejk, con su mirada bovina, su lógica disparatada, su forma de complicar lo que ya sería imposible de enrarecer aun más cuando se trata de la mortandad de la guerra: Schwejk atraviesa el desastre con la conciencia dormida de los que no entienden nada o lo entienden todo y simulan que no entienden nada o, simplemente, asumen su destino con la resignación de los débiles o los impotentes que se sienten doblegados por las circunstancias ante las que no pueden reaccionar. “Él no incendió el templo de la diosa Diana en Éfeso como aquel tonto de Heróstrato, para aparecer en los periódicos y en los libros de texto. Y esto basta”, nos dice Hasek en la presentación de este libro que fue la mayor aventura de su vida en clave literaria – inconclusa por la muerte que lo alcanzó, en 1923, a los cuarenta años de edad . Se suman a la obra de Hasek un libro de poemas y dieciséis libros de cuentos escritos antes de que estallara la guerra. Supongamos que las andanzas de Schwejk fueran estudiadas en las academias militares. Los cadetes sabrían entonces qué esperar durante su ardua carrera. De hecho, aquí nadie queda indemne: ni los burócratas, otra expresión de la estupidez humana, dueños, a pesar de todo, de un inmenso talento que les permite cruzar cualquier frontera y ser ciudadanos del mundo; ni los sacerdotes y la religión que surgen como hermanitos siameses y brindan el sueño imposible de un consuelo que no llega; ni el ejército, su tiranía y sus desmanes, representados en personajes como el general Fink que le regala a su hijo un prisionero de guerra para que monte encima de él como si fuera un caballo. Las aventuras del valeroso soldado Schwejk están narradas como un largo folletín donde se entrecruzan el carácter ineludible de la guerra con los recuerdos del buen Schwejk quien, a la menor provocación, rememora cualquier anécdota que sirva para entender lo que se narra en presente, comparándolo con el pasado, fundiéndose ambos tiempos en el vértigo del caos. Un ejercicio que bordea el absurdo cuando un militar decide que las grandes proezas deben ser consignadas por la historia y conmuta la condena de un soldado ordenándole que escriba la crónica de su regimiento… El soldado se dedica con tal devoción y empeño a honrar los esfuerzos que conducen al pedestal y a la gloria, que antes de que sucedan los hechos ya supone cómo pueden y deben suceder, aunque todo sea mentira, tanto la gloria como el honor relatados. Se demuestra así que la historia es otro ejercicio literario guiado por los intereses de quienes la escriben y acaso deciden quién tuvo la razón o se equivocó según los criterios cambiantes del racismo, la política, el poder de apariencia invulnerable o los triunfos y las derrotas que determinan a quién se le recordará como un héroe. Una consecuencia de la egolatría militar, semejante a la misericordia divina prodigada por el arzobispo de Budapest, según Hasek, capaz de orar en un ritual con la tropa, diciéndole frases tan conmovedoras como éstas: “Dios bendiga vuestras bayonetas para que atraviesen el vientre de vuestros enemigos. Que Dios todopoderoso dirija el fuego de los cañones sobre las cabezas de las planas mayores enemigas. Dios misericordioso haga que todos los enemigos se ahoguen en la sangre de sus propias heridas, heridas que vais a abrir vosotros”. Ante la desolación que impuso la Primera Guerra en Europa, distinta en sus avances a otras guerras pero, en esencia, semejante en su canibalismo a cualquier otra, Hasek lanzó con Schwejk una respuesta mordaz, cínica y delirante, para ajustar de algún modo las cuentas con la experiencia vivida cuando él mismo fuera un soldado al vaivén de la ruina y de sus calamidades; primero como prisionero de los rusos, luego como miembro activo del Ejército de Liberación Checo infiltrado en Rusia y, posteriormente, como entusiasta propagandista de los rusos… De cierta forma, el material del que están hechas las aventuras de Schwejk, al descubrir en cada bando la tragicomedia de una jauría de galgos corriendo tras una presa, tarde o temprano, indigesta: la presa del poder más corrosivo, el poder de la barbarie. |