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Revista de Libros
No. 2 Marzo 2005


Ilustraciones de Francisco Villa     

2666, o escapando del cocodrilo
Por Javier Moreno

Las grandes batallas requieren ser contadas en grandes libros. En su última novela, Roberto Bolaño se atrevió a enfrentarse cara a cara con la muerte.

Tánato se pasea campante por Santa Teresa, una ciudad industrial en el estado de Sonora, al norte de México. La muerte se pasea campante por la ciudad y a veces se confunde con la misma urbe y parece que lo que en principio presenciamos estupefactos, ahora es sólo una rutina más, como el almuerzo. Habituados al horror, una vez la conmoción inicial es ahogada por la sangre, las mujeres asesinadas lucen como suculentos bocadillos de un banquete interminable que la ciudad, obesa y voraz, engulle en pos de su propia subsistencia. Un fastuoso banquete secreto que eventualmente consumirá al mundo, dejando a su paso un cementerio gris en medio del desierto. En una pesadilla del mundo, ese cementerio prefigura el fin último del hombre, su redención. En esa pesadilla del mundo, todos los caminos conducen a Santa Teresa, a su basurero de El Chile, al olvido . Siete décadas atrás, en esa misma ciudad, una poeta perdida, un fantasma apenas, presintió el advenimiento de la muerte, los tiempos que iban a venir , el lugar donde confluyen las historias de los hombres. Cesarea, así se llamaba la poeta, apuntó una fecha: allá por el año 2600 , le dijo a una maestra, dos mil seiscientos y pico .

2666 , la hipernovela de Roberto Bolaño a cinco actos —su testamento—, es una explosión estilística que nos brinda una posible visión condensada de la pesadilla: una serie de persecuciones paralelas, de búsquedas, que convergen, sin querer, en las arenas del desierto de Sonora. Les advierto que la prosa de Bolaño es peligrosamente adictiva. Intenté cumplir mi promesa —una página por día— pero mis fuerzas flaquearon y cedí. Lo leí en quince días haciendo encomiables esfuerzos para aminorar el paso. El sólo pensar en la posibilidad de que la novela hubiera salido publicada en cinco partes, una cada año, todavía me produce un dolor intenso abajito del estómago, en ese punto donde se acumula la nada. Quizás exagere, pero aun reconociendo los propósitos nobles de Bolaño al pedir tal cosa, su sadismo carece de decencia.

Las cinco partes, tal y como se anunció, apenas se rozan. Sus caricias mutuas parecen sugerir una clave, un propósito que determina los destinos y justifica las coincidencias, una conciencia superior que providencialmente asigna papeles y sádicamente da cuerda al mecanismo a sabiendas de que, como con el reloj, al final sólo está la muerte (pero no hay que tener miedo) . Cada parte, para justificar la división, está dotada de una personalidad distintiva. Pero aun así, el compilado de las cinco luce compacto, conclusivo, o bueno, tan conclusivo como puede ser, teniendo en cuenta que la conclusión, si hay alguna, yace inerte —violada, destrozada— al límite de una cadena infinita cuyo segundo o tercer eslabón era este libro.

Por supuesto, hay temas unificadores: la muerte, absurda, se contonea coqueta por todas las páginas. Los difusos protagonistas se embarcan en búsquedas imposibles, que los superan, y éstas a su vez se convierten en escapes de la nada, de sí mismas. La literatura de verdad como producto de la experiencia, la única literatura posible , viable, como vestigio incompleto, irrelevante y por tanto esencial, de una vida plena. Los sueños, elemento fundamental de la narrativa bolañística , permean las historias de una atmósfera extraña. Todo esto es como el sueño de otro , pensó Fate. Todo esto es como el sueño de otro , pensaron todos.

En cualquier caso, el estilo está lejos de ser uniforme. El narrador, Belano, no tiene problema en ceder la batuta cada vez que tiene ocasión, así ésta sea destrozada, deformada, transmutada en látigo, en púlpito, en revista de teoría literaria o en intento de precipicio. Hay gente que dice que Bolaño, como escritor, no parece sudamericano, ni mexicano, ni europeo . A mí me parece que Bolaño no parece una persona, parece un compilado de muchas, la encarnación humana de sus Detectives salvajes. Una plaza de mercado, una antología universal, un coro. Como es de esperarse, dado el juego de voces, unas historias se pierden en otras y más tarde vuelven a surgir, trastocadas, como si lo que presenciáramos no fuera un libro sino las olas del mar enfurecido bajo una tempestad. Hay una intensidad en este libro que a mí me suena a estertores, a último grito, a las patadas del ñu aguerrido que atraviesa el río presintiendo las fauces del cocodrilo a sus espaldas.

Premeditadamente, en esta reseña obvio los argumentos de la novela y me limito a describir el trasfondo. Hago esto porque percibo las historias que se narran como súbditos fieles de la estructura monstruosa que las enhebra, excusas de exploración, herramientas de creación de un objeto a un nivel más alto, de exposición de temas, de obsesiones, de miedos. La composición es impecable. Probablemente haya detalles que sobren, quizás habría valido la pena expandir ciertas historias, pero el conjunto amasado y adaptado al marco ciclópeo que lo soporta no admite objeción. El escritor dio todo de sí.

Pensar que el libro termina —cualquier libro para este efecto—es como pensar que nuestra existencia, vista como nuestras consecuencias , se agota. Cerrar el libro no concluye el juego, apenas lo inicia. Su eco despega de sus páginas y resuena eternamente, reforzándose a medida que choca una y otra vez contra las paredes de la experiencia. La vastedad del universo que nos entregó Bolaño es tal que una simple lectura será insuficiente para siquiera asimilar —comprender es innecesario y hasta inútil— el contenido de sus palabras. Dos tampoco harán mella, ni siquiera tres, no se moleste. Hay que conocer el mar, hay que caminar una ciudad hasta perderse, hay que vivir pensando que nos vamos a morir mañana, hay que leer todos los libros, desempeñar todos los oficios y soñar todos los sueños, hay que ser valientes . Luego, quizás, veremos el abismo, pero ése tampoco será el final.

***

Un cuerpo más fue localizado el pasado 3 de diciembre, tirado sobre la acera, al costado de una bodega comercial. Según el informe de la policía, la víctima, de veintitrés años, presentaba huellas de haber sido violada y estrangulada. Claudia Cony Velarde, la fiscal especial para el caso de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez (Santa Teresa, Ciudad Juárez, ¿qué más da?), afirmó que “ apenas se está realizando el levantamiento del cadáver y de las primeras evidencias, por lo que es prematuro informar sobre las características del caso” . Con éste llegaron a dieciséis los homicidios de mujeres en lo transcurrido de 2004 y a más de cuatrocientos desde 1993 hasta la fecha. El primer cuerpo de 2005 apareció junto a un basurero el 2 de enero. A la fecha no hay mayor información disponible. En un par de semanas conoceremos un nombre, una edad, una causa de muerte, las múltiples maneras como fue violada, nada más. La mujer, en cualquier caso, será joven, trabajadora, soñadora, habrá planeado trabajar en una maquiladora o cruzar la frontera, no importa, eventualmente arrojarán el expediente a la basura.

La pesadilla no concluye. Ni más faltaba que el libro lo hiciera.

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