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Revista de Libros
 
No. 12  l  Agosto 2007


Foto: Giuliana Mitidieri

Slavko Zupcic / blog
wikipedia

Libros:
Escúcheme Señor Sol (1989)
Dragi Sol (1989)
Vinko Spolovtiva, ¿quién te mató? (1990)
583104: pizzas pizzas pìzzas (1995)
Barbie (1995)
Máquinas que cantan (2005)
Giuliana Labolita: el caso de Pepe Toledo (2006)

Textos en internet:
Balas perdidas
El viaje secreto de Salvador Prasel
Vibonati

Te dejo los chamos
De cómo y en compañía de quién comencé a escribir Giuliana Labolita

Por Slavko Zupcic

–Te dejo los chamos –fue lo único que me dijo Giuliana cuando llegué del hospital.

–¿Qué? –intenté protestar o, en todo caso, evidenciar mi cansancio: no sólo había visto diecinueve pacientes sino que además, con el carro dañado, había pedaleado cincuenta y cuatro minutos: veinticinco de ida y veintinueve de regreso.

Nada de nada. La única respuesta que recibí fue la del motor de su carro.

–Ugrrrrrrrrrr –refunfuñé mientras caminaba apesadumbrado hacia la cuna de Letizia.

Mi tarde tenía entonces la peor pinta posible, pero igual debía escribir el artículo para el periódico.

–Jujujú, ñañañá –me dijo sonriendo Letizia, que entonces tenía siete meses y cuatro días.

Yo le respondí tarareándole la canción del Miss Venezuela:

–En una noche tan linda como ésta, cualquiera de nosotras...

La saqué de la cuna y abrazándola caminé hacia el cuarto de Alessandro, que estaba construyendo un palacio medieval.

–Hola, guapo, ¿cómo estás?

Sus cuatro años caminaron hacia mí y, como yo me agaché, pudimos darnos un beso, un beso de tres.

En apenas un segundo, la situación había cambiado y ahora lucía inmejorable. Inmediatamente volvería a cambiar.

–Papi, ¿cómo se dice alcorcón en inglés?

Obviamente no respondí. Más bien intenté ganar tiempo y llevármelos a los dos al rincón de la computadora.

–Vamos con papá que tengo que escribir un artículo para el periódico.

–¿Un artículo de qué? –preguntó Alessandro.

–Apap, apap –se manifestó Letizia.

–No lo sé todavía. Quizás un artículo sobre escritores.

No había terminado de decirlo cuando Letizia comenzó a llorar. Alessandro tampoco estaba de acuerdo.

–Si es sobre escritores fastidiosos, no. Yo quiero que escribas una cosa divertida.

–Apap, apap.

–Pero es que es para el periódico.

–No importa. Tiene que ser algo con una detective y un niño que ya sabe leer –exigía Alessandro, como si estuviera comprando dulces en la panadería.

–Apap, apap.

–¿Y que la detective se llame Giuliana y sea gordita? –insinué para al menos vengarme de la madre de las criaturas.

–Puede ser aunque mamá no es gordita –me atajó Alessandro–.

Pero igual el apellido puede ser Labolita, Giuliana Labolita.

–Apap, apap –resopló Letizia.

–¿Y que el niño sepa mucho como tú y hable al revés como Letizia? –vendí esta otra idea, como quien no quiere la cosa.

–Apap, apap –Leticia movía la cabeza y los piecitos, como si estuviera bailando hip-hop. Así hace cuando las cosas le gustan.

–Molt bé –dijo Alessandro a quien, era evidente, alguna compañera del colegio ya le hablaba en catalán.

–Está bien –zanjé la discusión–. Ya lo tengo, voy a escribir un libro que se llame Giuliana Labolita. El caso de Pepe Toledo.

(Giuliana Labolita. El caso de Pepe Toledo, Ediciones B, 2006)

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