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Revista de Libros
 
No. 12  l  Agosto 2007

Juan Gabriel Vásquez

Libros:
Historia secreta de Costaguana (Alfaguara, 2007)
Reseñas: Por Jorge Carrión
Los informantes (Alfaguara, 2004)
Los amantes de todos los santos (Alfaguara, 2001)

Textos en internet:
La mierda y la gramática (Lateral)
La reseña en conflicto (Lateral)
Textos en Letras Libres

Entrevistas:
Con Diego Salazar
Conversción con R.H. Moreno Durán (Piedepágina)

El camino de Costaguana
A propósito de Historia secreta de Costaguana

Por Juan Gabriel Vásquez

En el verano de 1998 yo estaba pasando por un momento particularmente difícil: después de dos años en París, había llegado a la conclusión de que París no era para mí, de que la ciudad en que se escribieron varios de mis libros favoritos –desde Ulysses hasta La casa verde–, se había convertido en un lugar hostil y sólo era cuestión de tiempo antes de que esa hostilidad estallara. Había decidido irme de París, pero no sabía a dónde, y Colombia no estaba entre mis planes. Así que pasaba tanto tiempo como fuera posible en casa de unos amigos, un lugar semioculto de las Ardenas belgas donde acabaría pasando casi todo el año siguiente. Uno de los libros que leí ese verano fue Nostromo, que para muchos es la gran novela de Joseph Conrad. Y pensé que algún día tendría que escribir algo al respecto.

Porque Nostromo, como tal vez se sepa, es una novela en clave. La república de Costaguana, donde ocurre la acción, es una mezcla de países latinoamericanos, pero en esa mezcla la historia colombiana tiene una cierta predominancia; la anécdota principal, la separación de la provincia de Sulaco por medio de una revolución patrocinada y protegida por las fuerzas armadas de los Estados Unidos, es un trasunto evidente de la revolución e independencia del estado colombiano de Panamá. En resumen: uno de mis novelistas de cabecera, un hombre que había formado varias de mis ideas sobre el oficio de escribir novelas, un hombre cuya vida itinerante y desarraigada había comenzado a funcionar como un lente a través del cual mirar mi propia vida, había escrito sobre mi país. Durante los años que siguieron leí un par de textos que alimentaron mi obsesión por la relación entre Colombia y Joseph Conrad. Uno de ellos era el ensayo “El Nostromo de Joseph Conrad”, de Malcolm Deas; el otro, “De un posible Conrad en Colombia”, de Alejandro Gaviria. Pero luego perdí la obsesión de vista, embarcado como estaba en otra obsesión: una novela que giraba alrededor de los inmigrantes alemanes en Colombia y de la curiosa suerte que corrieron muchos de ellos en los años de la Segunda Guerra. Aunque en esta novela –Los informantes, se llamaría al final– estaba muy presente una de Conrad, Bajo la mirada de Occidente, debo decir que Nostromo y la presencia de Conrad en Colombia desaparecieron de mis planes. Hasta finales de 2003, cuando mi amigo Conrado Zuluaga me encargó una biografía de algún personaje de importancia universal para incluirla en una colección. No necesité más de un instante para decidirme por Conrad.

Un novelista nunca sabe en qué momento aprende lo necesario para escribir un texto. Cuando un novelista habla de historias imposibles, de temas que se le resisten, en el fondo está hablando de carencias: no ha encontrado el método, o la parte del método –la herramienta, la estrategia– necesaria para contar esa historia como merece ser contada. Luego, un día, vuelve a intentarlo, y lo logra. Lo que ha pasado es indefinible: una lectura o a veces varias, o incluso un fenómeno extraliterario (una sinfonía que por fin entiende, un edificio cuya simetría es reveladora), le da la clave. Eso me sucedió a mí después de escribir la biografía de Conrad. En los últimos dos años había aprendido algo que ahora me hacía pensar en esa vieja obsesión en términos novelísticos; y casi sin darme cuenta comencé a tomar notas y a ensayar voces, consciente de que en esta novela el tono lo era todo. Porque ya había descubierto el pretexto (el pre-texto) central de la novela: un colombiano conoce a Conrad, le cuenta su vida en Colombia y en Panamá, y luego se ve eliminado de la novela que Conrad ha construido con esa vida. ¿Pero cómo habla ese colombiano? Su tono de voz es lo que permite saber qué cuenta esa voz. Un día, mientras repasaba mis notas, lo oí. Hablaba con ironía, con sarcasmo pero también con dolor, con resentimiento pero también con culpa. Y a partir de ahí fue cuestión de poner atención a lo que me decía.

(Historia secreta de Costaguana, Alfaguara, 2007)

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