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Revista de Libros
 
No. 12  l  Agosto 2007

José Perez Reyes

Libros:
Clonsonante
Ladrillos del tiempo

Textos en internet:
La bengala (paralelos)


A propósito de Clonsonante

Por José Pérez Reyes

Es tan frecuente ver personas hablando de aquí para allá con sus celulares, discutiendo al cruzar las calles, obviando saludos en las veredas, gesticulando en escaleras o, peor aun, en plena conducción, más aferrados al celular que al volante, lejos del freno o del embrague. Es tan poco probable verlos sin sus celulares que se me ocurrió crear el personaje de Lucas Aguirre, teléfonodependiente, que un día amanece sin voz, sus palabras solamente pueden ser oídas a través de su aparato celular. Esto va a generarle una dependencia aun mayor. “Su voz había sido clonada en forma perfecta, ya el chip contenía todos sus tonos, inflexiones, modulaciones, escalas, semitonos... El celular era algo así como un clon sonoro”. De allí el nombre del cuento “Clonsonante” que da título al nuevo libro. En consonancia con estos tiempos. Un caso extremo en cuanto a la situación pero quizá cercano en el tiempo. De hecho, la ocurrencia irónica no está tan lejos de lo que por ahí vemos. En tribunales, a más de un colega vi apurándose en los pasillos, hablando solamente por teléfono, nunca lo escuché hablar en vivo o dirigirse personalmente a alguien. ¿Cómo sería su voz real? ¿Sonaría igual sin pasar por ese filtro? El loco ya no es el que anda hablando así sino aquel que cuestiona esto o no entiende los avances tecnológicos que para eso están, para diferenciarnos.

En el anterior libro, Ladrillos del Tiempo, reuní quince cuentos que escribí entre 1990 y 2000, con el tema de la formación de la memoria como un muro imaginario en el que cada ladrillo es un recuerdo y que vamos cimentando o derribando, según nuestros actos, para construir nuestra propia realidad. Ahora, en algunos cuentos de Clonsonante exploro en otras ficciones los sueños, recuerdos e impresiones, hasta dónde se mantiene la realidad de los mismos siendo tan subjetivos y caprichosos. En uno de los primeros cuentos aparece un internauta solitario. Este jorobado (porque está todo el día inclinado encima del teclado) que joroba a todos entrando al acecho en los foros, es un tiburón de aguas cibernéticas. No rehuye esa red, es más se dedica a atrapar en ella a los incautos que al conectarse se ponen disponibles, ya no para el chateo sino para el acecho. Nadie se preocupa de avisarle que hay otras ventanas que no están en la pantalla de la computadora.

Otras cosas raras pasan en las páginas del libro. En “La Galería”, una misteriosa colección de pinturas y esculturas marea, confunde y revela a un despistado transeúnte que quiso protegerse de la lluvia y no se le ocurrió nada mejor que entrar en este blanco recinto de arte oscuro. Asoma también “Un Rostro en el camino”. Basta que aparezca una sola vez ese rostro de mujer para que el conductor se desvíe del camino, o quizás ella vino a encarrilarlo. Dentro de un peculiar ómnibus ocurre un encuentro con una niñera, lo que produce una “Ida y Vuelta”. En plena batalla y en la vida misma, un soldado se extingue como “La Bengala”. Merodea también una “Roja boca abierta” que no para de decir cosas. Las diferencias entre una abuela y su nieto son tantas como las que pueden haber entre “El cerro y el tren”, excepto por algo lejano que, entre diálogos en guaraní, los acerca.

Se dice que el cuento debe ser preciso como mecanismo de relojería, de allí que escribiera algo que no funciona como cuento pero sí como mecanismo de tortura relojera, debido a una tiránica presencia de relojes. Una crucifixión como ficción temporal entre las manecillas del reloj, por eso lo titulé “Relofixión”.

El borrador del “Crimen espejado” lo escribí, precisamente, en Bogotá en el 2003. Los apuntes garrapateados en el hotel se transformaron en este cuento en que las situaciones le parecen muy evidentes a un obsesionado prófugo que no se fía ni de las sombras, mucho menos cuando se juntan dos cuerpos en la habitación contigua del prostíbulo, su refugio, su santuario.

En Paraguay cuesta mucho editar (especialmente si uno es joven) y más aun difundir una obra literaria, aunque el número de lectores ha mejorado recientemente. Uno tiene que hacer prácticamente todo excepto el trabajo de imprenta. Autofinanciarse o habilitar cajones del escritorio para eternos inéditos. Cubrir gastos, conseguir un lugar de presentación, organizar la charla, hacer la difusión, agendar la distribución de los ejemplares. Muy anecdótico, pero haciendo de hombre orquesta uno corre el riesgo de desafinar en algún instrumento, justamente por descuidar lo principal: la partitura escrita.

Afinado o no, ya está sonando Clonsonante, el nuevo libro de cuentos. Ahora a trabajar en el próximo que será una novela. Mientras exista una meta, hay fuerza.

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