Revista de Libros |
No. 12 l Agosto 2007 |
Ivan Thays / blog Libros: Entrevistas: |
Cómo escribí La disciplina de la vanidad Por Iván ThaysDurante mucho tiempo estuve acopiando en libretas de notas datos, frases, anécdotas, escenas, títulos de libros, vinculados a la vanidad literaria. No había ningún interés detrás de eso, simple curiosidad, pero el material se volvía exagerado e intransitable. Me resultaba imposible saber en qué cuaderno había anotado tal cosa, y si me la volvía a encontrar dudaba si ya la había copiado o no. Con algo de ese material redacté unas columnas para un diario. Pero por cada historia que descargaba, aparecían una docena más y el bulto era mayor. Mientras tanto, escribía novelas, ajeno a ese hobbie un poco o bastante ridículo de andar atrapando, subrayando y transcribiendo las inseguridades y los egos revueltos de los escritores. También empecé el proyecto de escribir un libro de cuentos dedicado a cada uno de los doce compañeros que formaban parte de un taller de literatura. En realidad eran venganzas. Concluí varios relatos y en todos el personaje central era un yo futuro: un sujeto gordo (entonces era flaquísimo), calvo (entonces llevaba el pelo muy largo) y dispépsico (nada que agregar), convertido en un escritor fracasado y snob que, en algún momento, tuvo su cuarto de hora. Un día, revisando aquellos cuadernos encontré una frase de Vladimir Nabokov capturada en algún momento pero luego olvidada: los escritores, decía, son como pájaros que reúnen pajas secas, pelusas, ramas, porque así lo dicta su naturaleza, sin objetivo concreto hasta que se forma en su cerebro la figura de un nido y recién entonces descubren cuál era el sentido de lo que guardaban en la bodega. Entendí al leer esa frase dos cosas: primero, que iba a escribir una novela sobre la vanidad literaria colocando como estructura una anécdota central (escogí una ligeramente autobiográfica: un encuentro de escritores), a la que añadiría esas citas dispersas; segundo, que aquel texto debía mantener el desorden, la forma plural, obsesiva y simultánea, como fue el proceso mismo de acopio. Del mismo modo misterioso, u ornitológico si se quiere, también entendí otras cosas: que la novela debía llamarse La disciplina de la vanidad (título que se me ocurrió agónicamente, decidido a morir, mientras Mario Bellatin conducía su auto a toda velocidad por una avenida del df); que los cuentos que escribí para homenajear o disgustar a mis amigos (y lesionar mi baja autoestima) debían integrarse a la historia, pues los caminos de la vanidad son insondables; que la novela debía usar la estrategia satírica de Jonathan Swift del contrajemplo, según la cual sugiere hornear niños para evitar la superpoblación y el hambre; y que en el relato tenía que haber un rinoceronte. La figura del rinoceronte la he tenido grabada desde niño y representa en mi bestiario a quien no retrocede, al que arremete siempre, al que no se rinde, el que persevera y empuja hacia delante pese a las dificultades. Me gustan los rinocerontes, su cuerno señero y peligroso, su coraza. Envidio esa coraza. Necesitaba esa coraza, y un sólido cuerno que le haga juego, habitando en algún lugar de esa novela llena de figuras volubles e inseguras como son siempre los artistas cachorros. Inventé una jaula para él, un foso del que el animal terminó escapando por voluntad propia, ajena al autor. Armar las piezas del rompecabezas fue complicado: cada una de ellas requería ser enlazada con la siguiente, formando un texto base cargado de hipervínculos (feo término que entonces me era absolutamente ajeno) que remiten a otros textos y luego a otros y así, hasta volver al mismo punto, que siempre era la pregunta: ¿por qué demonios escribo? Obvio, me cuidé mucho de no escribir esa interrogante en la novela. En vez de eso, coloqué en la carátula una fotografía de Jean Loup Sieff donde una mujer hermosa, una modelo con abrigo de diseño, habla con un animal prehistórico de horrendo y erecto cuerno. Y se entienden. (La disciplina de la vanidad, Fondo editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2000) |