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Revista de Libros
 
No. 12  l  Agosto 2007

Guadalupe Nettel
wikipedia

Libros:
El huesped (Anagrama)
Reseñas:
Por Eve Gil
Por Noé Cárdenas (Letras Libres)
Por Juan Ignacio Boido
Por Mauro Libertella
Juegos de Artificio (1993)
Les jours fossiles (2003)

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La escritura de El huésped

Por Guadalupe Nettel

Empecé a pensar en El huésped en 1994, es decir casi diez años antes de su publicación, cuando salió a la luz el movimiento zapatista. El hecho de que un movimiento revolucionario indígena se hubiera preparado durante una década en la oscuridad más absoluta sin que la prensa, el ejército o la cia lo supieran –o al menos se dieran por aludidos–, me impactó muchísimo. Relacioné ese fenómeno político con algo que yo sentía en mi interior, y creo que esa asociación fue el detonador de mi novela. El asunto del desdoblamiento, de la lucha con el otro que somos, es un tema muy antiguo que aparece en muchas culturas del mundo y que, como todos los arquetipos, apela a algo muy profundo de los seres humanos: tenemos terror a descubrir quiénes somos en realidad y por eso nos pasamos la vida construyéndonos máscaras, falsas personalidades, para evitar a toda costa que aparezca eso que entrevemos y que por alguna razón intuimos ominoso. Sabía que no estaba inventando nada nuevo sino reinterpretando una tradición literaria y quería dejarlo claro desde el principio mismo de la novela, rendir homenaje a todos esos Hydes a los que me vincularía a partir de ese momento.

Por cierto, los seres humanos no somos los únicos en desdoblarnos. Basta observar por ejemplo el mundo animal: lo hacen también las serpientes, los escarabajos, las cucarachas, que son los huéspedes de tantas casas (o mejor dicho, nosotros somos sus parásitos pues ellas llegaron antes al planeta). Los partos mismos son como desdoblamientos. Las células de nuestro cuerpo se regeneran por completo cada siete años. Al escribir esta novela empecé a ver el mundo en esta clave y no he dejado de hacerlo. Esa fue la forma en que la novela me parasitó. Aún ahora que está totalmente terminada sigo pensando lo mismo: escribir una novela es como recibir un huésped que no avisa cuando habrá de irse. Es una vida paralela que transcurre en nuestra mente y parasita primero nuestros pensamientos, después nuestros cuadernos, luego la computadora, más tarde nuestro currículum y finalmente toda nuestra existencia.

Llamé «Ana» a la narradora de la historia por la universalidad del nombre que en árabe significa ni más ni menos que «yo». El personaje principal de esta novela se pasa la vida luchando contra eso que ella llama La cosa. Siente que se trata de un parásito, de una suerte de invasor que pretende apoderarse de su vida, usurparla. En algún momento pensé en titular la novela El parásito, pero me incliné por El huésped por su carácter doble: significa tanto el que hospeda como el que es hospedado. Quería que el lector se preguntara quién estaba invadiendo a quién.

Situé la historia en la Ciudad de México pues es una ciudad en constante y vertiginosa transformación. Los años durante los cuales escribí esta novela eran históricos para mi país: por fin lográbamos dejar atrás el régimen que había gobernado durante las últimas siete décadas y no sabíamos hacia dónde nos estábamos dirigiendo. Era la primera vez que escribía sobre México y creo que me ayudó la distancia que puse de por medio: primero me fui a Canadá y más tarde a la ciudad de París donde terminé de escribirla. Como no soy nada disciplinada (siento por los escritores que trabajan de seis a nueve de la mañana el mismo tipo de admiración que me inspiran los trapecistas), la única forma en que logro escribir es llevando conmigo una libreta de apuntes. Esta novela se escribió en los andenes del metro, en los bancos de los parques, en los cafés y en las salas de espera de un par de médicos. La historia les debe mucho a las personas que me encontré en la calle o en el transporte público y también a algunos de mis amigos, a quienes agradezco infinitamente el haberme dejado entrever tanto sus huéspedes como sus propias luchas internas.

Por si alguien, después de todo lo anterior, sigue dudando sobre la invasión a la que me ha sometido la novela, añado un último pero contundente ejemplo: el día de la presentación de El huésped en Barcelona conocí a Gastón, el chico con el que vivo y con el que me he comprometido. Al principio, pensé que se trataba de un encuentro fortuito hasta que me dio por investigar el significado de su nombre y descubrí que proviene del germánico Gast que dio origen a palabras como guest. Ahora sabrán que no es ficción, que realmente vivo en feliz concubinato con el mismísimo huésped y que no pienso hacer nada para remediarlo.

(El huésped, Anagrama, 2006)

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