Revista de Libros |
No. 12 l Agosto 2007 |
Andrés Neuman / página personal / Libros: Textos en internet: Entrevistas: |
Basura, lengua y fragmentos Por Andrés Neuman1. Gracias, Berger Volvía a casa en autobús desde la facultad. Era un anochecer de invierno en Granada, la ciudad donde vivo, a finales del 96. Hacía frío, había mala luz y yo trataba de abrigarme leyendo un ensayo de John Berger. El ensayo hablaba de cómo la explotación suele pasar inadvertida para los explotados porque estos, demasiado cansados y hambrientos tras la dura jornada, encuentran una traicionera fuente de bienestar inmediato en la alimentación y el sueño. De pronto leí una frase que recorrió mi cabeza de extremo a extremo: “Así es como sobreviven los agotados”. Levanté la vista, miré por la ventanilla y vi pasar un camión de basura. En ese mismo instante, no sé muy bien por qué, la novela me vino casi entera. Al publicar el libro tres años más tarde, puse esa cita de Berger como agradecimiento. 2. Basura bilingüe El argumento de Bariloche gira en torno a dos basureros que recorren las calles de una gran ciudad dormida, removiendo sus desperdicios y mostrando nuestra condición ciudadana: unos producimos mierda sabiendo que otros cargarán con ella. El primer basurero tiene familia, se mantiene con varios empleos y, a su manera torpe, es un buen tipo. El segundo basurero (que es el protagonista) vive solo, duerme por las mañanas y, a su manera inteligente, es un miserable. Al compás de las bolsas de basura que ambos amigos recogen cada madrugada, el pasado del protagonista va desvelándose progresivamente. Una vez visualizado este argumento básico, se me presentaron varias dudas. ¿Dónde localizar la historia y con qué voz narrarla? La idea se me había ocurrido en España, el país donde vivía y escribía desde adolescente. Pero los camiones de basura que más me habían impresionado los había visto de niño en Argentina, y la ciudad más grande que yo conocía era Buenos Aires. La acción me pedía suceder en mi ciudad natal, mientras la narración me la imaginaba en el castellano español con que me expreso a diario. Para respetar ambas intuiciones, decidí que los basureros serían argentinos y el narrador español. Que la historia sucedería en un Buenos Aires degradado por el menemismo y que sus personajes hablarían con el habla porteña correspondiente, mientras la voz neutral y sus descripciones sonarían hispánicas. De esta fractura lingüística del libro (que era también la mía) surgió la idea que estructura toda la novela: el basurero protagonista es un hombre venido de otra parte, un emigrado. Y cada tarde, antes de salir al trabajo, él arma rompecabezas que muestran fotografías del lugar donde nació. A medida que esos rompecabezas se completan, los fragmentos de su memoria cobran sentido. Entonces me di cuenta de que los rompecabezas no podían ser sino de Bariloche, con su naturaleza legendaria y sus paisajes de postal. Esta solución me trajo otro problema: ¿con qué voz iba a narrar los puzzles?, ¿cómo sonarían los paisajes? La única respuesta que se me ocurrió fue que, de sonar de alguna forma, la naturaleza sonaría en verso. Así que empecé a escribir los fragmentos paisajísticos en verso clásico, camuflando su métrica entre la prosa. 3. Toda lengua materna es extranjera Quien nace en Latinoamérica y termina de criarse en España vive, por lo general, la perplejidad del dialecto: la paradoja de replantearse su propia lengua materna y aprender a hablarla de nuevo como si fuese extranjera. Más que el abandono de una patria, el resultado de ese proceso es un mestizaje que no excluye una cultura, sino que incluye dos. Al empezar Bariloche, sentí que esa opción doble era la más honesta para el libro. Fue una experiencia de escritura muy emocionante de la que salí con una dichosa sensación de extrañeza. Algo parecido sucedió con el título, que empleé a sabiendas de que Bariloche era un lugar harto conocido en Argentina, pero también pensando en que a un lector más ajeno ese nombre mapuche y su paisaje le resultarían inverosímiles, míticos. Los datos geográficos citados al comienzo de la novela son rigurosamente exactos y, aun así, a nadie que desconozca la zona le parecerán creíbles. Se trata de un efecto inverso al de Macondo: en lugar de construir un espacio alegórico y cargarlo de realidad, el plan era difuminar los contornos de un lugar real hasta que pareciera extraño, casi una invención. Una vez un lector español me contó que, consultando una enciclopedia, se llevó una sorpresa al comprobar que Río Negro existía. 4. Novela para armar Una novela tan fracturada pedía capítulos muy breves, una estructura de fragmentos. Y cada fragmento debía evocar la parcialidad de una pieza, el ritmo progresivo de un puzzle. Mientras iba ordenando los distintos planos de la novela, comprendí que en realidad toda ella era un puzzle. Una suma de dialectos (el argentino, el español), registros (las voces coloquiales de los personajes, el tono sobrio del narrador, el pulso lírico de los paisajes), lugares (ciudad y naturaleza, Buenos Aires y Bariloche) y tiempos (el presente narrativo y la memoria del protagonista, adultez y juventud). La historia entera era un rompecabezas dentro de un rompecabezas. La misión de los basureros tampoco era distinta. Al fin y cabo, ellos recolectaban trozos de vidas ajenas y los reunían en el gran vertedero final donde todo alcanzaría su sentido. O su verdadero sinsentido. 5. Planos imaginarios, postales inventadas Durante la escritura de la novela, no sé si por superstición o por pereza, no quise consultar ningún plano de Buenos Aires. Preferí seguir el criterio caprichoso de la memoria: si recordaba una calle con toda exactitud, entonces la incluía; y si su imagen era imprecisa, prescindía de ella. De vez en cuando, por confirmar mi recuerdo, llamaba a mi padre y le preguntaba: “Oye, ¿la avenida Belgrano baja hacia el río o sube?”. En cuanto a los paisajes de Bariloche, me ayudé con algunas fotos que secuestré de un viejo álbum familiar. Me gustó que el azar condicionara los enfoques: muchas descripciones del paisaje no son más que desarrollos imaginarios de la imagen primera de aquellas fotos que alguna vez tomó mi madre, o mi padre, o quién sabe si yo mismo siendo niño. 6. Y eso fue todo Mi basurero armaba puzzles cada tarde, mientras yo iba escribiéndolo cada noche. Así es como sobreviven los agotados. Y así es como fui feliz durante casi tres años. Con seis magras postales de Bariloche, la memoria encendida y unas ganas insensatas de imaginar. (Bariloche, Anagrama, 1999) |