Revista de Libros |
No. 1 Diciembre 2004 |
EL HOMBRE DE NINGUNA PARTE Rara vez encontramos novelas que nos hablen con una voz que sentimos, de manera inconfundible, como la voz de alguien de nuestra generación. Aleksandar Hemon logra capturar, como nadie más que haya leído yo, el pulso preciso de la generación que anda hoy por el filo de los cuarenta años: haber nacido en los años 60, haber crecido enmarcado por el sueño y la tensión de las ideologías y de las políticas absolutas, haber vivido una adolescencia ochentera y llegar a ser adulto hacia 1990 en un mundo en ruina: ruina de los sueños de los años 60, ruina de la ideologías, ruinas de Sarajevo y ruina de la calidad de vida para la mayoría. Para muchos, la única respuesta posible a semejante ruptura del mundo fue decidir que todo estaba irremediablemente quebrado y que por lo tanto sólo respuestas muy parciales (y mucha ironía) podían ayudar, si no a entender los fragmentos, sí a sobrevivir. En El hombre de ninguna parte Hemon tiene toda la ironía necesaria para aguantar un transplante de lugar (de Sarajevo a Chicago), de nacionalidad (de ser yugoslavo a ser bosnio), de idioma (escribe en inglés), y armar de paso una novela espléndida. Una novela en la que está concentrado de manera impresionante el dolor de venir de un país sumido en un conflicto absolutamente absurdo, para llegar a vivir las miradas vacías de su tierra de adopción. Una novela del desplazamiento : En el cuerpo de la novela, Jozef Pronek vive un traslado igual al de Hemon, para encontrarse con un ultranacionalismo que le recuerda el de Tito (que en otro tiempo rechazó). Otro bosnio abre la novela con un capítulo genial de búsqueda de trabajo (¡profesor de inglés!) en Chicago. Y la cierra el capitán Pick, personaje del bajo mundo del espionaje en los años 30. A pesar de la aparente desconexión entre temas, personajes, historias de amor, escenas de guerra, situaciones de aeropuerto, episodios de penuria, discursos políticos, bandas de rock en Sarajevo, El hombre de ninguna parte es una novela coherente, repleta de hilos que van y vienen entre los aparentes fragmentos, con muchas variaciones sobre cada uno de los temas, que permiten ir acercando lo aparentemente inconexo. En un pasaje memorable, Hemon nos conduce en un bus hacia el occidente de Chicago, y nos desliza por esa superficie de avenidas y tiendas de inmigrantes, casi logrando el ideal del experimento de desplazamiento sin roce... el impulso hacia occidente de esa travesía por Howard, Western, California Ave, Lincolnwood, Parkridge, Schaumburg, que idealmente llega vía Iowa y California hasta Shanghai, permite entender el círculo que hace posible la simultaneidad de épocas distintas y personajes desplazados en esta novela. ¿Cuántas veces logra encontrar uno en una novela una voz tan cercana? ¿Somos versiones a la deriva de Jozef Pronek, de algún Jozef Pronek que podría estar en el Shanghai de los años 40, o el Sarajevo de los 80, o la Bogotá de hoy? Pronek desnudo matando un ratón después de hacer el amor con Rachel, Pronek asustado en el aeropuerto de Viena, Pronek viendo la cara de "I'm sorry" que ponen los gringos cuando saben que viene de Bosnia, Pronek en mil viñetas que tantos hemos vivido: facetas del "hombre de ninguna parte" que podría ser cualquiera de nosotros.
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