Revista de Libros |
No. 1 Diciembre 2004 |
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ELFRIEDE JELINEK Hasta el jueves 7 de octubre de 2004, día en que se anunció el premio, sólo quien había leído con cuidado los títulos de la película La profesora de piano sabía de ella. Aquí están las pistas para comenzar a entenderla. Elfriede Jelinek asusta. Al quedarse en silencio, Elfriede Jelinek asusta. Al escribir, Elfriede Jelinek asusta aun más. ¿Pero realmente ante qué se asusta tanto el lector? Primero que todo ante sí mismo, ante la infinita posibilidad de los propios sentimientos de venganza, ante la rabia de los inevitables abandonos, ante la necesidad de huir de las distintas cadenas que lo envuelven. Pero también, en el caso específico de la escritura de Elfriede Jelinek, lo que asusta es su modo de ser directa. Porque ella descubre, no en el sentido de una invención, sino en el del gesto descubridor. Es decir ella devela, le quita la cubierta a las cosas, pone el dedo en la llaga, precisamente porque ella misma no se asusta. Este gesto lo utiliza de manera constante y múltiple: tanto en el campo explícitamente femenino en cuanto al manejo del poder y su respectivo sometimiento, así como en el tortuoso (siempre es tortuoso) reconocimiento de la imposibilidad del pueblo austriaco de asumir su pasado y por lo tanto su presente. Pero ¿quién es esta mujer, que gracias a la película La profesora de piano consiguió cierta fama (sobre todo por lo polémica) y que ahora recibe el premio Nobel? Elfriede Jelinek nace el 20 de Octubre de 1946 en Mürzzuschlag, una pequeña ciudad de Estiria. Aún estando en el colegio, comienza con sus estudios de música y crece bajo las inclemencias de su propia vulnerabilidad. Su padre, químico, había trabajado durante la guerra como investigador, razón por la que no fue perseguido, a pesar de sus antecedentes judíos; Friedrich Jelinek sufriría desde comienzos de los años 50 de una enfermedad psíquica que lo llevaría a su muerte prematura en el año 1969. Elfriede entra en el año 1964 a la universidad donde estudia Historia del arte y la literatura, con énfasis en teatro. Cursa algunos semestres y luego abandona la universidad para graduarse finalmente de la Academia de música. La interrupción de su carrera inicial se debe a una crisis emocional que la confina a no abandonar su casa durante todo un año. La crisis tiene varios factores, entre ellos la necesidad de replantearse la posición ante una cantidad de sucesos callados, inicialmente dentro de su entorno más íntimo, para luego cuestionar también todas las instituciones que constituyen el Estado austriaco. Frente a esta determinación surge su discurso: el del sometimiento, el de la necesidad de cuestionar todo vínculo de dominación. Lo interesante en ella es que no cae en ninguna clase de maniqueísmo, su objeto no es la clásica y decadente lucha entre hombres y mujeres, no es la batalla del eterno perseguido, pero sí la del más vulnerable, del más expuesto. De la misma manera devela que precisamente ellos mismos (los sensibles) son los que luego provocan en los otros comportamientos violentos y dominantes. En La pianista (“Die Klavierspielerin”, 1980) Erika Kohut, su protagonista, profesora de piano en el Conservatorio de Viena, vive con su madre, que ve en la hija una parte más del inventario de la casa: un objeto de su propiedad. El sistema de vigilancia que la madre impone convierte el apartamento en una condena. La sombra de la madre, la frustración de Erika y el fracaso de su carrera como pianista van creando una atmósfera de terror. La señorita Kohut se adapta, al parecer, a su desdicha cotidiana, pero en realidad ejerce la venganza con su alumno, un pianista de gran talento. Y al final elige cortarse, mutilarse con navajas de rasurar; como si la mujer, parece decirnos Jelinek, fuese el principal enemigo de su cuerpo, como si no tuviese el derecho de vivir sin provocarse dolor. Cuando el joven Walter Klemmerer, uno de sus alumnos, logra romper el sistema de vigilancia de la madre y penetrar en su vida, descubre que ella se mutila y se hace daño. Erika le propone entonces una relación sadomasoquista y, para su gran sorpresa, es ella la que se convierte en la parte sádica de la pareja. Klemmerer fracasa y el odio somete a los amantes. En la escena final, Erika ve a Walter a lo lejos y toma un cuchillo, se hiere en el hombro y regresa sangrando a su casa. Como todas las obras de Elfriede Jelinek, La pianista tuvo una crítica adversa en Austria. Sin embargo, este libro en particular resultó un éxito editorial en Alemania. En 2001, el director Michael Haneke lo llevó a la pantalla y el público le dio el merecido reconocimiento a la autora de la novela. Así como en La pianista la madre le destruye cualquier opción de vida a su hija, en Los hijos de los muertos (“Die Kinder der Toten”, 1995) es el Estado el que no le permite el libre desarrollo a sus ciudadanos, sin embargo, el drama es posible por la permisividad del sometido. La crítica, la denuncia y el claro señalamiento se vuelven entonces una piedra en el zapato para el que somete, porque en el fondo se siente libre de culpa, que finalmente siempre es del otro, del que se deja. Entonces se sobreentiende que Elfriede Jelinek, a la par de Thomas Bernhard y, en su momento, dado Canetti (no se nos puede olvidar al magnífico y heroico Karl Kraus) sea mal vista en su propia patria, porque como vulnerable y vulnerada se atreve a decir: “En Austria, al escritor que practica la crítica no sólo se le aconseja emigrar, sino también es amablemente exigido que abandone el país…”. Todo esto en el país de los caballos blancos y el Danubio azul (porque allá nadie duda que lo son…). Con ello, Jelinek se unió a la línea de sus compatriotas que han repudiado su país, al que le que reprochan seguir anclado en su pasado nazi. Los exponentes de este pasado del que Austria no se ha sabido liberar son, a su parecer, no sólo el actual líder ultra nacionalista Jörg Haider y sus seguidores, sino también la ridiculez pequeño-burguesa de la sociedad del país centroeuropeo. Pero lo que más le duele, y lo describe de manera implacable en sus dos novelas El ansia (“Gier”, 1989) y Deseo (“Lust”, 1998) es que precisamente las mujeres sean las que más expuestas están y las que más atraídas se sienten frente a los violentos. Complicidad con el sometedor que Jelinek no acepta y menos aún admite. -"Una novela de entretenimiento" es el subtítulo que les pone a este par de novelas, y es obvio que es una forma crítica y hasta cínica de tratar el tema del abuso de poder. Su actitud parecía condenarla al ostracismo en Austria, hasta que la vecina Alemania se erigió en "descubridora" de su talento. Jelinek llegó a decretar "prohibición de representar" sus obras en escenarios austriacos, postura que luego revocó y de la que se resarció con Pieza deportiva ("Ein Sportstück", 1998), que fue recibida con aires de acontecimiento en la temporada de su estreno vienés. En esta obra Jelinek profundiza su relación de odio con el deporte, mostrándolo, simplemente, como otra forma de violencia, como fenómeno masivo y como la “única presentación pública de violencia que lleva la aceptación, tanto del Estado como de la ciudadanía”. El deporte “como metáfora de las cosas bajo las cuales se cuela la violencia”. Aquí nos encontramos con una descripción y análisis profundo de las masas (en el sentido de Canetti) y su relación con el poder. Vej ada y maltratada en innumerables ocasiones por una extrema derecha fuertemente arraigada, esta autora muestra que la oposición a un “consenso de masa” puede ser una necesidad vital. Elfriede Jelinek ha declarado que no piensa ir a recoger el premio personalmente, ya que le tiene una fobia enfermiza a las multitudes. Como ha señalado Georg Pichler, gran conocedor de su obra, este miedo contrasta con la valentía de su literatura “con la que la autora toma partido y critica la vida política y social de su país”. Elfriede Jelinek hace parte toda una cadena de escritores austriacos que por un lado ven las debilidades, las vulnerabilidades de todo un país y su historia, y al mismo tiempo incluyen dentro de su denuncia lo más auténtico de su herencia: la música. La imagen que le queda a uno al leerla es la de una pianista ensimismada frente al público, que manifiesta su rabia, su dolor y su impotencia golpeando violentamente las teclas.
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