No. 10 l Diciembre 2006 |
Persépolis Por Lucas MagyaroffEs entrar en los cuadernos de Marjane Satrapi, nada más, nada menos, desde sus diarios de niña hasta sus dolorosos secretos de adolescente en el exilio. Y esa palabra, “exilio”, parece ser el centro de la vida inverosímil pero cierta a la que la iraní Satrapi ha sobrevivido con unos dibujos que parecen haber nacido en el mismo lugar en donde nace su extraordinario sentido del humor. Exilio, claro, porque aún en su propia patria, en su propio apartamento, en su propia rutina de mujer en territorio de hombres insensatos, la dibujante ha tenido que irse de viaje, ha tenido que irse a un lugar en el que ha podido ser exactamente la persona que ha querido ser. Es esa guerra, esa batalla por la propia identidad, la que no nos deja despegarnos de las páginas de los dos tomos (cuatro en español) de Persépolis. Eso, y unos dibujos precisos, delicados, que tienen algo primitivo que sólo una ilustradora de su talento habría podido conseguir. Persépolis es la mejor manera de introducirnos en un universo que nos queda demasiado lejos. El Oriente Medio es, desde que tenemos noción del mundo, un lugar donde unas guerras siguen a otras, donde el petróleo es la causa de todo lo que sucede, y en el que rige una religión que de ser tan cercana se convierte en infinitamente extraña. A pesar de haberlo visto en numerosas imágenes de los noticieros y las películas, o precisamente por eso, es un lugar con el que nos queda tan difícil identificarnos, del cual tenemos tan pocas pistas para conocer lo que es el día a día de las personas comunes y corrientes. De todos los de la región, quizás es Irán el país con una historia más contradictoria, con una tensión más fuerte entre un núcleo musulmán profundo y una élite de formación occidental más refinada. En gran medida, no es comprensible el siglo XX y sus consecuencias actuales sin entender todo lo que se cocinó en ese país desde la revolución de 1979 y la posterior imposición del régimen islámico de Khomeini. Es, sin duda, un mundo demasiado lejano. Pero Satrapi consigue hacérnoslo próximo, presentárnoslo como lo haría una amiga que nos invita a su casa, a la sagrada rutina cotidiana, en donde todos somos iguales, lidiamos con los gestos de nuestros padres, decoramos nuestras habitaciones de tal forma que se conviertan en nuestros reinos y nos paramos frente a nuestros espejos siempre que dejamos de reconocernos. Entramos al apartamento de los Satrapi, una familia progresista, luchadora, y entonces nos decimos “la vida es igual en todas partes”: los jóvenes se resisten a vivir el mundo de sus padres, sus padres se aferran a la vida que conocieron para no quedarse sin piso y todos hacen lo que pueden (corren los riesgos que hay correr, piensan las cosas que quieren pensar) para sobrevivir a unos gobiernos que no consiguen abrirles paso a las personas, que parecen empeñados en dejarlos a todos sin opciones, sin ideas propias, sin palabras. Persépolis es una autobiografía. Es, mejor dicho, una suma de los episodios de una vida que lo único que pide, lo único que necesita, es ser contada. Marjane, educada como una mujer libre, independiente, en un régimen que le teme profundamente al desorden, tratará de cruzar los salones de clases, las casas de los amigos, los primeros noviazgos, las primeras huidas del país sin perderse a sí misma en el proceso. Nada será fácil, y ni siquiera el final nos dará un respiro. A una tragedia le seguirá otra, a una dificultad otra peor, pero nuestra protagonista nunca cederá en el intento por tomar las riendas de su vida, por hacer que la vida de los que más quiere sea menos dura. Pero si ahora estamos sentados con lágrimas en los ojos, terminando de leer estos libros tan tremendamente conmovedores que no pudimos soltar desde que comenzamos a leerlos hace un día y medio, es justamente porque la autora nunca se dejó vencer por las circunstancias. A pesar de todo, ella conservó la fuerza y el buen humor para poder dibujar, desde su exilio en Francia, todos esos días que la llevaron a convertirse en la artista genial que nos legó esta indudable obra maestra. |