No. 10 l Diciembre 2006 |
Mortadelo y Filemón Por Jose Antonio de OryTodos los españoles hemos crecido con Mortadelo y Filemón. Además, claro, con otras cosas según el momento, con el TBO, con Roberto Alcázar y Pedrín; algunos, como yo, con los Chiripitifláuticos, los Payasos de la Tele y los Picapiedra; con La bola de cristal, con los Simpson, con Pokemon, con Beavis y Butt-Head, con vaya usted a saber qué hoy en día. Pero todos, generación tras generación, desde que Ibañez, ¡ese genio!, los inventó en 1958, hemos crecido con Mortadelo y Filemón. Los niños españoles antes leíamos tebeos. Eso, tebeos, pequeñas revistas de historietas con nombres como Pulgarcito, DDT, Tiovivo, Pumby… El nombre viene de la primera de ellas, que andaba ya circulando a principios del siglo veinte, TBO, un juego de palabras que terminó dando nombre a toda la categoría, a todo un fenómeno editorial. ¡Papá!, ¿me compras un tebeo?, y ahí estaban las aventuras de Zipi y Zape, Pepe Gotera y Otilio, el Botones Sacarino, el maravilloso Rompetechos, 13 Rue del Percebe, Anacleto Agente Secreto, Las hermanas Gilda… Pero Mortadelo y Filemón eran siempre los primeros, los que abrían el tebeo, nuestros héroes principales de niños del tardofranquismo, como lo habían sido de niños de un franquismo no tan tardío y lo siguieron siendo de los de la transición, y de los de la generación X, y de los de después, y yo creo que hasta de los de ahora. Ya digo, casi todos los españoles hemos crecido con Mortadelo y Filemón. Así que todos sabemos que Mortadelo es alto, flaco y calvo, vestido siempre de levita negra, con pinta casi de enterrador, narigón y con gafas para una miopía que uno imagina aterradora. Que se disfraza todo el rato y de cualquier cosa, de las más inverosímiles, de grifo, de cajón o de picaporte para camuflarse, de cebra o de ratón para escabullirse, de bloque de hormigón para evitar los golpes de su jefe, de moto para ir rápido, de elefante si hay que cargar algo pesado… Que Filemón, su jefe, tiene dos pelos, camisa blanca y pantalón rojo de oficinista, y tanta cara de español medio que a quien esto escribe no puede parecerle un tío más normal: se parece a todo el mundo con quien creció. Que a Mortadelo y Filemón, Agentes de información, el Súper les encarga tareas imposibles, grotescas, delirantes. Que todo sale mal siempre. Todo. Y que por tanto el Súper acaba maltratado y culpando del desastre y de sus golpes al pobre Filemón, pese a que los causantes fueran Mortadelo y sus ideas brillantes. Y que por eso la historieta termina con el Súper persiguiendo a Filemón garrote en mano para darle una buena tunda y con Mortadelo disfrazado, de boca de riego pongamos por caso, para que su jefe no lo encuentre. Una de las gracias de Mortadelo y Filemón es que pese a fueron inventados para parodiar una España que era como ellos, la de los cincuenta y los sesenta, siguen ahí, representando otra España que ya no es la suya pero que los sigue leyendo. No tanto como antes, es cierto -los tiempos, claro, van cambiando-, pero lo suficiente todavía como para que sea gracioso ver a dos señores ataviados como en la España de entonces, con sus levitas y sus pantalones de oficinista, trajinando por nuestro mundo de internet, Beckham y teléfonos móviles. Ibañez ha sabido adaptarse y adaptar a sus personajes a los nuevos tiempos. Otros héroes de entonces, como Zipi y Zape, remedo de los niños de mi época, tal vez sigan existiendo pero no tienen ya la actualidad que sí tiene estos dos espías de pacotilla con sus apariencias de otra época. Tal vez lo que pasa es que España ha cambiado, los españoles hemos cambiado, nosotros los de entonces ya no somos los mismos, pero hay muchas cosas en que seguimos todos nosotros siendo igualitos, “Igualico, igualico que el defunto de su agüelico”, que decía la abuela de Agamenón, otro de nuestros personajes de tebeo, y a todos nos siguen gustando el jamoncito, la morcilla, el flamenquillo, el fútbol y los toros. O sea, que no hemos cambiado tanto. Así hayan pasado cincuenta años. |