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No. 10  l  Diciembre 2006

Mafalda
Quino
(Ediciones de la Rosa)

Por Luis Fernando Afanador

Alguna vez le preguntaron a Julio Cortázar qué opinaba de Mafalda y su respuesta fue la siguiente: “más bien habría que preguntarle a Mafalda qué opina de mí”. La respuesta no sólo es coherente con el pensamiento del gran cronopio sino bastante útil a la hora de intentar definir a la Enfant terrible de las tiras cómicas.

Para Cortázar, perpetuo adolescente, el mundo de la adultez significa traición a los principios, renuncia a la autenticidad, transacción con la mentira, muerte. “Bienvenido al asqueroso mundo de los adultos”, dice un personaje de Onetti, su querido maestro. Entonces, ¿cómo preguntarle a una niña qué opina de un adulto? Y, peor aún, a la niña que por excelencia es la mala conciencia de los adultos. Si los niños son los que no han aprendido a mentir, Mafalda es la que lleva al extremo esa condición de la niñez: todo el tiempo está denunciando sus mentiras y poniendo en evidencia sus contradicciones. Los lleva contra las cuerdas, los aprieta, y en el instante en que podría darles el golpe de gracia se arrepiente: siente piedad. Al fin y al cabo les está “cascando” a “sus viejos”.

Esa vacilación –humana, demasiado humana– la redime un poco, la vuelve un ser real, creíble. Porque en su fuerza reside su debilidad. A veces sentimos que Mafalda es de una lucidez y una contundencia exagerada. En vez de niña, arquetipo de la niñez: una mera idea, una conciencia. Claro, esto infunde respeto y credibilidad pero, a la larga, tiende a diluirla como personaje. Quino lo sabía muy bien y lo reconoció en una entrevista a Rodolfo Bracelli en 1987, años después de haber acabado con la historieta:

-Viendo a la pequeña Mafalda en la distancia, ¿qué opina?
-Ahora me resultan insoportables sus peroratas.
-¿Quiere decir que reniega de Mafalda?
-No reniego de sus conceptos, lo que pasa es que ahora me parece algo declamatoria, muy sobreactuada…
-Tal vez eso le sucede porque usted ya sabe el discurso de Mafalda.
-No, no: el asunto es con Mafalda. Con los otros personajes de la historieta ahora me siento mejor… Lo de Mafalda me parece elaborado, fabricado… Me sigue gustando muchísimo el personaje de Libertad… Tal vez porque lo hice en mi última época.

Menos mal lo ratifica Quino porque criticar a Mafalda no es fácil. Si uno lo hace ya es sospechoso: de no aceptar la crítica, de ser un acomodado, un pequeño burgués, un asqueroso adulto. De entrada, la tenemos perdida con Mafalda. Pero su creador, su Dios, ha dicho en voz alta nuestras sospechas en voz baja: nos ha dado permiso para criticar a esta niñita a veces insoportable. Pero hay algo más: ha declarado su preferencia por Libertad. Es decir, en voz alta también ha ratificado otra de nuestras sospechas: lo mejor de Mafalda son los otros personajes y el mundo que la rodea.

¿Qué sería de Mafalda sin Guille, Manolito, Susanita, Miguelito y el gran Felipe? ¿Qué sería de esta superniña tan sobrada si no estuviera rodeada de niñitos que de verdad juegan en el parque, odian el colegio y salen de vacaciones cada verano. Quino prefiere a Libertad pero yo prefiero al inseguro Felipe y quiero mucho a los otros personajes, incluida la propia Mafalda, porque desde la óptica de ellos ya se convierte en otra cosa: pedante, sabionda y todo lo que se quiera, pero vive en nuestro mismo barrio.

Yo amé esta historieta cuando tenía 17 años, leía marxismo y odiaba por igual a mi familia y al imperialismo yanqui. Disfrutaba que en los libros de Marx y de Lenin se le diera tan duro a la clase media, mi clase. Mafalda, soy conciente hasta ahora, me permitía querer en secreto lo que pretendía odiar: el mundo de la clase media al que nunca he dejado de pertenecer. Compañeros proletarios, lo siento: confieso tardíamente y sin culpa mi identidad de clase gracias a Mafalda.

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