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No. 10  l  Diciembre 2006

Jimmy Corrigan, el chico más inteligente del mundo
Chris Ware
(Phantagraphics / Norma cómics)

Por Andrés Burgos

Jimmy es calvo prematuro y está algo pasado de peso. A la mitad de sus treintas, con frecuencia lo confunden con un anciano enfermizo. Sufre de timidez patológica y dependencia edípica, ambas realmente densas. Acaba de recibir en su cubículo anónimo de una oficina gris una nota que dice: “me he sentado frente a ti durante seis meses y no te has fijado en mí ni una sola vez, adiós”. Jimmy mira por la ventana y ve a un tipo vestido de superhéroe arrojarse desde la azotea de un edificio vecino. Los consiguientes dibujos minuciosos no nos ahorran el cuerpo estrellado contra el asfalto, el corrillo de curiosos ni la sensación de que ese suicida era el ignorado compañero de oficina.

Así se plantea, desde la primeras páginas, el tono que sostendrá a lo largo de muchas otras una de las novelas gráficas más ambiciosas en la historia del género: Jimmy Corrigan, el chico más inteligente del mundo . Se nos advierte de entrada que en el desarrollo de la narración no tendrán cabida los superhéroes altisonantes, pues éstos deben ceder lo que consideraban su destino manifiesto a unos seres corrientes –quizá demasiado corrientes- que han de enfrentar aventuras prosaicas y simples que poco a poco se irán complicando.

Complicando, sí. Porque en Jimmy Corrigan nada es tan sencillo como parece y pronto la anécdota principal adquiere ramificaciones inesperadas. La historia autobiográfica en la que Chris Ware, un autor ya mítico en el medio, nos narra el reencuentro de Jimmy con un padre desconocido se irá expandiendo con un ímpetu avasallador en distintos planos temporales, licencias oníricas y personajes convergentes.

A la vuelta de cada hoja el lector puede esperar dosis de sorpresa que no pocas veces rayan con la paradoja. El maridaje de contenido y forma, que en este caso se yergue como un buen paradigma para cualquier cultor del cómic, conjuga sencillez y abigarramiento expedito, experimentación posmoderna y ortodoxia, vanguardia y empecinamiento de anticuario, profundos silencios y verborrea, fluidez narrativa y pausas anticlimáticas, humor, tristeza y un largo etcétera.

Las ambiciones formales de Ware se logran de tal forma en esta hermosa crónica de soledad y tristeza que no resulta exagerado aventurar un paralelo arriesgado, casi herético: Jimmy Corrigan es al universo de las novelas gráficas lo que Ulises o En busca del tiempo perdido representan para la literatura tradicional. Y bajo ese mismo criterio su lectura requerirá del lector un gran compromiso que, sin embargo, no llega a convertirse en una camisa de fuerza.

La estética de Jimmy Corrigan , que delata la fascinación del autor por algunas tendencias vintage –en especial la de la prensa los años veinte-, marca con claridad los límites entre la narración y los deleites esquizoides de un dibujante compulsivo. Incluso un lector poco entrenado puede seguir la trama si no se preocupa demasiado por la dilación en el cruce de algunas historias.

Quien acompañe en su viaje a este Odiseo nada heroico revisitará, de la mano del humor corrosivo que ostentan ciertos espíritus calmos, paisajes que le traerán a la memoria las atmósferas, silenciosas y perturbadoras, de los cuadros de Edward Hopper, o evocará sin remedio los escenarios de algunas películas independientes americanas donde siempre es otoño frente a una gasolinera vacía. Aquellos que sientan debilidad por el halo de las melancolías inaprensibles tendrán su recompensa en personajes desamparados mirando a la nada y transiciones pacientes, donde se emplean cuantas páginas sean necesarias para hipnotizar al lector con la caída de la nieve o el asalto de la sombras nocturnas sobre los tejados.

Quizá los principales personajes de esta historia sólida y profunda, incluso por encima del propio Jimmy –que no es ni de cerca el chico más inteligente de ningún lugar-, sean los escenarios corrientes, cargados de poesía por la pluma de Ware, donde el vacío que reina en el interior de los seres humanos se llena con el susurro de un mundo que nos abruma si le prestamos atención, un susurro que sólo los genios saben plasmar en las páginas de un libro.

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