No. 10 l Diciembre 2006 |
Ciudad de cristal Por Rodrigo CamposTodo lo que quedó del primer intento por crear una novela gráfica con textos de Paul Auster fue la visión, en la mente de Auster, de un niño flotando sobre el agua. Mr. Vértigo, la novela que surgió de ese experimento, sólo tenía de “gráfico” la tapa, dibujada por Art Spiegelman. Spiegelman cuenta que tras el fracaso de su idea de crear una historia gráfica con el guión de un novelista destacado, lo que se le ocurrió fue otra idea peor: hacer la adaptación a cómic de una novela ya escrita. Ese fue el punto de partida de la versión gráfica de Ciudad de cristal, el primer tomo de La trilogía de Nueva York, uno de los libros más celebrados de Paul Auster y cuya traducción al dibujo se devora aún más rápido (y da más mareo). La escritura de Auster es muy visual. Su transición a escribir guiones para cine y luego a dirigir películas es prueba de esto. Pero eso no quiere decir que llevar sus personajes al dibujo de una manera convincente sea una labor sencilla, mucho más en Ciudad de Cristal, donde el azar y la locura son elementos esenciales del relato. Esto hace la labor de Mazzucchelli y Karasik mucho más valiosa. La historia comienza cuando una llamada telefónica interrumpe el silencio de la noche en el Upper West Side de Manhattan. Daniel Quinn contesta desnudo mientras la voz al otro lado, desesperada, pregunta por el detective Paul Auster. Cuando la llamada se repite varias noches, Quinn decide tomar la identidad del detective y se encarga de investigar el caso de un hombre que teme por su vida porque su padre loco saldrá de la cárcel al día siguiente. Y son ese hijo y ese padre los protagonistas de los más interesantes dibujos del libro. Peter Stillman, el hijo, explica en un monólogo al falso detective cómo fue que la locura de su padre lo volvió loco a él. “Mi nombre es Peter Stillman. Ese no es mi verdadero nombre”. No es Peter Stillman, pues, quien habla. En los dibujos del cómic, sus palabras sensatas salen de los labios de un viejo sabio, su esquizofrenia desde la boca de un conejo que sale de un sombrero, sus instintos surgen desde una pila de excrementos y su inocencia desde un oso de peluche. Los testimonios de Stillman vienen también de un pájaro recién nacido, de un televisor con la pantalla rota, de una guitarra y, al final, de una marioneta abandonada que nos recuerda que estamos ante un hombre desarticulado y con miedo. Un libro escrito por Peter Stillman, el padre, es la base de otra gran secuencia de dibujos. El jardín y la torre, la tesis doctoral del viejo Stillman, es la comparación entre la expulsión de Adán y Eva del Edén y del episodio de la torre de Babel. Desde una sala de lectura en la biblioteca de la Universidad de Columbia, donde Quinn encuentra la tesis, el dibujo salta al comienzo del tiempo bíblico y los trazos de cómic se vuelven pintura clásica. Una taza de café con el mítico I♥NY estampado y el cuadro de Brueghel que recrea la torre de Babel en ruinas se mezclan para contar la historia de la caída del hombre. Y la interacción de Quinn con los Stillman lo lleva no sólo a ver la locura de sus interlocutores sino lo cerca que él mismo está de volverse loco. “Mi nombre es Paul Auster”, dice Quinn, “ese no es mi verdadero nombre”. En esta novela gráfica el laberinto mental por el que viajan los Stillman y Dan Quinn se mezcla con la cuadrícula imperfecta de Manhattan y los demonios mentales se vuelven de carne y hueso sobre el asfalto neoyorquino. La suciedad de esta sucia ciudad se percibe en el aire y en el papel. Si Ciudad de Cristal de Auster puede hacer sentir en Nueva York a quien nunca la haya pisado, su doppelganger gráfico les recuerda a sus habitantes que esta manzana está podrida por dentro, que las ratas caminan bajo todas las camas y que quien no le tenga respeto a Nueva York, o también quien se la tome demasiado en serio, puede terminar loco, caminando sin sentido por alguno de sus túneles, huyendo de la luz. |