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No. 10  l  Diciembre 2006

Blankets
Craig Thomson

Por No para innita

En la portada, un abrigado abrazo del primer amor en un clima de árboles invernales y su meditativa alfombra de nieve: ambos, chica y chico, con mirada dormida, bocas cerradas y separadas; el abrazo hace las veces de beso, entonces, pero sin dejar de ser abrazo. La imagen es romance en descanso: chico y chica podrían estar saludándose o despidiéndose, pero en ese preciso instante simplemente están ahí, como si la nieve fuese sus sábanas y la intemperie su alcoba; y su intimidad, durmiendo de pie, fuera en público pero sin público…y sin dormir, ya que una vez uno se adentra en las páginas de esta novela gráfica, reconoce en el par de protagonistas unos soñadores despiertos. La profundidad y calidez narrativa que encontré en Blankets hace un par de años – gracias, Leo Espinosa– se ve desde su portada, que es el abrebocas de la expedición autobiográfica de Craig Thompson por su adolescencia, un viaje que tiene como escenarios su inicio como dibujante, la infancia con su familia, la religión católica, la escuela, el despertar sexual y, sobre todo, su primer amor.

Narrado en primera persona, el libro de Craig nos recrea con trazos vitales de tinta y palabras nuestra condición humana, a la misma altura de los lienzos de Magritte, aunque en esta ocasión el surrealismo recrea situaciones y recuerdos puntuales, pero aún así cotidianos, con los cuales es fácil identificarse. Fue así, entre el fino humor infantil y la gruesa melancolía al borde de la edad adulta, que este volumen logró encogerme el corazón. Las páginas se van desenvolviendo con un ritmo casi musical, y uno se va adentrando ante la franqueza melódica de lo que Craig nos va confesando. Encuentro un sabor similar en estos días (noviembre de 2006) en la canción Chasing Cars, de Snow Patrol –ajá, la nieve de nuevo–, que bien podría acompañar la lectura de esta novela. Y si traigo a colación esta comparación es porque Blankets, con sus momentos de belleza trágica, se deja releer en orden y en desorden, como un buen compilado musical casero de un melómano, ya que los diferentes matices emocionales y hasta ensimismamientos filosóficos que Craig imprime en sus viñetas, bien parece una mezcla de banda sonora reciente con una ópera italiana.

El final es sabio y muy peculiar, ya que por ser evidente es sorprendente, y no es de revelarlo aquí, pero, eso sí, deja algo en las entrañas, no sé si como postre o como veneno, y de todos modos la digestión te transporta a otro estado, que es el mérito sutilmente escondido de la obra. Como elogio muy personal, sólo agregaré que la pareja protagonista es vegetariana, lo cual me deja una satisfacción extra en el paladar.

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